En el paraíso (I)
El drama económico al que nos ha conducido la especulación financiera en los últimos años, ha tenido en España a uno de sus países de referencia al que miran impasibles, como de costumbre, las “potencias” europeas, por un lado para expiar y redimir sus propias culpas y, por otro, para continuar alimentando un nuevo ciclo especulativo. También es cierto, que esta situación se ha acrecentado gracias a la indolencia de unos partidos políticos lacayos de ese mismo poder financiero, integrados por personas caracterizadas por su falta de formación, por tener unos hábitos de comportamiento corroídos y soberbios y por practicar y fomentar un desprecio visceral al sentido colectivo de la convivencia socialmente justa y duradera castrando así la honestidad, la dignidad y el desarrollo moral de una buena parte de los españoles. Esos políticos, orgullosos de la sutileza con la que tejen sus redes clientelares han conseguido, gracias a la trama financiera partitocrática urdida entre bastidores desde 1978, una salvaguarda legal con la que proteger a sus jefes, a los poderosos ajenos a los cargos electos, cuyos plazos de planificación son mucho más largos de lo que pueden imaginar sus pueriles mentes, solo habilitadas para la gula y los trapicheos circenses, generalmente personales o familiares y habitualmente ideológicos.
La noticia del suicidio de un señor, padre de familia, acosado por la deuda de casi 25.000 euros tras una supuesta dación en pago y tras conocer la deuda con la Agencia Tributaria resultado del “incremento de patrimonio” derivada de esa misma dación en pago, evidencia la realidad mercantilizada de ese drama y la certeza de la portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca en el Congreso de los Diputados el pasado 5 de febrero, al calificar la ley hipotecaria como “criminal” frente a la pasividad de la mayor parte de la caterva política y ante la progresiva intervención del poder judicial que detiene los desahucios cuando puede, consciente de la estafa legal orquestada.
¿Quiénes son esos jefes, referidos con anterioridad, que se encuentran detrás de la especulación financiera y la presión contra los poderes públicos para forzar la aceptación social del chantaje depredador de sus intereses? ¿Quiénes son esos “intocables”, que al contrario de lo que ocurrió con el protagonista de la magnífica película de Brian de Palma, no han sido nunca llevados ante la justicia? La recurrencia a conceptos que remiten a otros conceptos con los que agotar la paciencia y la inquietud de quienes cuestionan es la respuesta habitual: los “mercados”. Lo turbador es que este término viene acompañado de una cadena de interrogantes los cuales, en muchas ocasiones para vergüenza propia, terminan conduciendo a cada uno de nosotros como actores principales, en la medida que participamos en planes de ahorro, planes de pensiones e inversiones bursátiles de diversa índole. Meras piezas del engranaje, meros animales de la granja.
Qué duda cabe que la especulación financiera encuentra en esas inversiones, con diferentes grados y tipos de capital, la panacea para sus beneficios sin escrúpulos, llegando a hacer estallar sus propias burbujas –tecnológicas, alimentarias, inmobiliarias, etc.– con absoluta indiferencia de las personas estafadas. Los paraísos fiscales, como principal recurso de la gran evasión y elusión de capital es un buen ejemplo para identificar el robo económico de las grandes fortunas. No obstante, con estos paraísos tan solo nos ocupamos de las formas civiles contemporáneas del saqueo histórico al capital productivo.
Los paraísos fiscales de los “mercados” son una broma frente a los paraísos de financiación clerical. Al menos los primeros tienen mala conciencia y necesitan esconderse detrás de la ingeniería financiera delictiva o alegales. Los segundos, aunque no renuncian a los paraísos fiscales, encuentran en sus prácticas históricas de alianza con el poder político y de control educativo y social sus fuentes de enriquecimiento a largo plazo.