Tonada laicista para niños (que ven terminar el verano)
En el fin del bloque soviético, el llamado Consenso de Washington encontró su línea argumental para la legitimación ideológica de su núcleo duro, axiomática y militarmente infalsable. La legalización ideológica ya la había alcanzado a través de Inglaterra o Estados Unidos, las potencias mundiales que controlan tanto las grandes agencias de noticias como los sistemas de financiación empresarial, tanto a nivel productivo como financiero. El resto lo puso la lógica postmoderna la cual, bajo la categoría de la “novedad” y una refinada y hábil maquinaria retórica, comercializa ofertas de reproducción ideológica propias de su cinturón protector en sociedades convertidas en líquidas a golpe de un talonario habitualmente sin fondos.
En función de la lógica mercantilista, el cinturón protector instalado por el supermercado ideológico es falsable, cómo no, pero sólo bajo su lógica. Las cartas están marcadas y quién no lo sabe sólo es capaz de reconocerse como espejismo, en playback, pixelizado. O dicho al modo tradicional: alienado, escindido.
¿Con qué nutrir el supermercado? Este problema es clave para el cinturón protector. La respuesta del núcleo duro es fácil: cuánto mayor y más tupido sea el contenido mejor; ya lo explicó Imre Lakatos. “Libertad” es la consigna frente al “Derecho”, mostrado como antigualla paralizadora e incluso castradora, sobre todo cuando se sitúa al servicio de la igualdad formal de todas las conciencias y de su libertad en la esfera pública. Nacionalismos, comunitarismos, multiculturalismos: particularismos de toda laya son la servil argamasa de ese cinturón protector.
Insisto, no es una cuestión de proveedores ni de productos del supermercado –no es una cuestión ideológica por más desigualdad que exista en sus pretensiones de verdad–, sino de espacio, colocación y posición en los estantes según principios de igualdad negativa –pues la diversidad de productos exige equidad para evitar manipulaciones, agravios, violencias y robos– y de libertad de conciencia, como territorio ontológico de la individualidad, especialmente para los menores de edad.
No te duermas, niño mío, que aún resta casi todo por hacer.