El ateísmo. La aventura de pensar libremente en España

El ateísmo. La aventura de pensar libremente en España

Que una historia del ateísmo español provenga del ámbito del hispanismo catalán, debiera hacernos reflexionar a todos. En cambio, que esa historia provenga de un investigador damnificado por los recortes universitarios, es más normal pues, ¿quién dentro de la Universidad es capaz de “marcar” su preciado y lineal currículo anecado, estudiando temas como el ateísmo español? Hasta ahora, nadie.

Con esta obra, el filólogo e historiador de la cultura, Andreu Navarra Ordoño (Barcelona, 1981), prosigue su intensa actividad editorial de obras como: El regeneracionismo. La continuidad reformista (2015), 1914. Aliadófilos y germanófilos en la cultura española (2014), El anticlericalismo. ¿Una singularidad de la cultura española? (2013), La región sospechosa. La dialéctica hispanocatalana entre 1875 y 1939 (2012) o Dos modernidades: Juan Benet y Ana María Moix (2006), todo ello acompañado de la dirección literaria de la editorial Libros En Su Tinta o la publicación de las novelas El prostíbulo (2015) y Nube cuadrada (2012), además de algunos poemarios.

El ateísmo. La aventura de pensar libremente en España, se inicia planteando de forma problemática la necesidad de contribuir a la denuncia de “los espejismos de unanimidad ideológica y religiosa con los que se habrían representado las distintas comunidades hispánicas”. Por ello, se pregunta: “¿ha existido un pensamiento ateo sistemático y culto de raíz hispánica o éste ha sido siempre un injerto extranjero, como ha pretendido la historiografía conservadora tradicional? […] ¿Por qué entre las numerosas disidencias ideológicas hispánicas, han sido el materialismo y el ateísmo las más silenciadas, odiadas y castigadas?”. Para responder a estas y otras preguntas, desde la argumentación propia de la investigación histórica y no desde la pasión propia de la vocación polémica, Andreu Navarra Ordoño inicia la obra con un capítulo dedicado a una imprescindible clarificación conceptual. Este primer capítulo le permite, no sólo identificar el ateísmo como objeto de estudio a partir de la documentación inquisitorial, las manifestaciones textuales y la literatura represiva, sino que le posibilita distinguir conceptualmente el ateísmo del anticlericalismo y establecer sus vínculos con el materialismo, el escepticismo, el evolucionismo, el librepensamiento o la laicidad.

Ya en el capítulo segundo, el inicio de la historia del ateísmo español lo hace coincidir el autor en torno a la primera definición del término “ateo”, recogido en el Tesoro de la lengua castellana o española (1611), de Sebastián de Covarrubias. Desde la definición de Covarrubias o la de Quevedo, en Política de Dios y Gobierno de Cristo (1617/1635), Andreu Navarra descubre las múltiples máscaras del ateo en nuestro Siglo de Oro, a través de autores como Jerónimo Gracián de la Madre de Dios (1545-1614), y una larga lista de incrédulos procesados por la Inquisición de la época. También el criptojudaísmo, el averroísmo, el racionalismo e, incluso, el tacitismo contribuyeron a la duda sistemática y al escepticismo humanista. Por ejemplo, en la estela criptojudía sitúa el autor a Fernando de Rojas (1475-1541) o Juan de Prado (1614-?) y a Uriel da Costa (1585-1640), Isaac Cardoso (1615-1680) o Baruch Spinoza (1632-1677). Es el siglo XVIII, no obstante, donde la figura del ateo adquiere un perfil más concreto a la luz del empirismo, como analiza el autor a través del teatro de Nicasio Álvarez de Cienfuegos (1764-1809) o José Marchena (1768-1821) o las invectivas antiateas de Juan Pablo Forner (1756-1797).

El siglo XIX ocupa todo el capítulo tercero, siglo clave en el desarrollo de las ideas materialistas en España y, por tanto, ateas. Aquí el autor comienza hablando de una genérica época liberal en la que va desgranando la larga lucha entre ciencia y creencia durante el siglo, unido a su vínculo con los programas políticos. En este sentido se combinan pensadores movidos por la idea de conciliación como Casiano de Prado (1797-1866), Braulio Foz (1791-1865), antievolucionistas como Juan Vilanova y Piera (1821-1893) o tridentinos acérrimos como Juan Donoso Cortés (1809-1853), frente a ateos como Francisco Sunyer i Capdevilla (1826-1898) o Joaquim María Bartrina (1850-1880), desprovistos, no obstante, de un sólido aparato conceptual que no llegará en España sino a finales del siglo XX. A partir de aquí, el autor se detiene en analizar la complejidad del librepensamiento en sus diversas vertientes –espiritualistas o materialistas–, el positivismo de derivación krausista, el darwinismo y lo que denomina “el núcleo catalán”.

Precisamente desde este núcleo hace partir, Andreu Navarra Ordoño, la exposición de la aventura de pensar libremente en España durante el siglo XX, al que dedica el cuarto capítulo. Así, mientras Francisco Ferrer y Guardia (1859-1909) defiende un ateísmo de carácter político, social y pedagógico, el anarquismo español –estudiado a través de la heterogénea La Revista Blanca (1900-1936)–, tuvo un marcado carácter político de la mano de Anselmo Lorenzo Asperilla (1841-1914), Ricardo Mella Cea (1861-1925) o de su director Juan Montseny Carret (1864-1942). No obstante, su disidencia se abrió de forma solapada al dualismo tradicional, alejándose del materialismo positivista, claramente asumido en las décadas posteriores a 1868. “Rompieron con Dios, pero no con la dicotomía esencial entre Cuerpo y Alma”, concluye Navarra Ordoño. Otra revista, El Ateo (1932-1936), publicada en Barcelona, es estudiada también para continuar la historia en el período republicano. A través de ella, el autor recupera una vez más el pensamiento ateo con autores como Antonio M. Sevilla, Ubaldo Fuentes Biosca, Pablo Isart Bula, Aurora G. Tello, Ramón Vaquer o Alfonso Martínez Carrasco, inspirada en el periodista y activista José Naquer Pérez (1841-1926). También se detiene en la novela ensayística de Pio Baroja, El cura de Monleón (1936) que supone una viva reflexión sobre la imposibilidad de la fe ante el avance de la crítica racionalista. La parte final del capítulo está dedicado tanto a recoger los miedos franquistas, a través de autores como Juan Roig Gironella, como a ocuparse del particular caso de José Ortega y Gasset el cual, a juicio del autor, rompe la fórmula propia del ateísmo español según la cual la negación metafísica supone inequívocas consecuencias políticas con un laicismo integrador hacia los elementos retrógrados de la sociedad.

El quinto y último capítulo se abre con el pensador ateo que de forma más insistente cita Navarra Ordoño a lo largo de toda la obra, Gonzalo Puente Ojea (1924-2017), del que apunta algunos hitos de su génesis intelectual siguiendo una estela básicamente germana y establece dos interesantes vínculos en relación a tesis básicas que el autor se ocupa de destacar. Una es “el descubrimiento puentiano de 1972 […sobre] la ideología monárquica del catolicismo, diseñado por Pablo de Tarso”, tesis que encuentra ya en Ortega. La segunda es la identificación histórica del mecanismo que origina todas las religiones organizadas modernas, tesis que Navarra Ordoño identifica también en el médico español Gaspar de Sentiñón Cerdaña (1840-1903). Estos y otros análisis conduce al autor a afirmar que Puente Ojea es “el pensador ateo más sistemático del siglo XX”. Y del periodo de entre siglos, podría añadirse. En el resto del capítulo se abordan autores como Rubert de Ventós, o los recientes y valiosos Albert Riba o Joan Carles Marset, que, no obstante, expresan la clara inclinación del autor hacia el pensamiento catalán, que la hace problemática en su exclusividad dentro el marco del ateísmo reciente del conjunto de España.

Excelente obra de historia de la cultura atea hispana que descubre nuevos territorios de pensamiento y abre líneas de investigación, con un lenguaje preciso y bien documentado. El ateísmo. La aventura de pensar libremente en España se cierra con una reflexión sobre el sentido de la secularización religiosa de la mano de Javier Sádaba: “Fuera de las asociaciones combativas o proselitistas, no hay fe ni ateísmo, solo inercia y despreocupación”.