Giorgio Colli, Filosofía de la expresión

“Invitación a la fiesta del conocimiento”. Recensión de “COLLI, Giorgio Filosofía de la expresión. Traducción de Miguel Morey. Siruela. Madrid, 1996, 279 pp., Revista Enrahonar. Quaderns de Filosofia, Universitat Autónoma de Barcelona, nº 28, 1997, pp. 204-205.
Decía Novalis que «el don del discernimiento,
el juicio puro, cortante, sólo con
suma prudencia puede aplicarse a los
hombres, si no quiere herir de muerte y
suscitar un odio general». A lo largo de
toda su vida, Giorgio Colli (1917-1979)
fue consciente de este hecho y supo que,
si bien el amor a la verdad debe ser bello
y sin reservas, el camino de vuelta, el querer
decir la verdad, no es ya tan bello y
puede sumir a quien lo emprende en el
descrédito más generalizado o en la aclamación
más ridícula.
Mirando de frente a los ojos de una larga
tradición de pensamiento, dibujada con
trazo preciso y silencioso, transcurre toda
la obra de este pensador italiano: junto con
Mazzino Montinari la edición crítica de
las obras completas de Nietzsche; traducciones
y ediciones críticas de obras de
Platón, Aristóteles, Kant, Schopenhauer;
la gran empresa editorial de la Enciclopedia
de Autores Clásicos; diversos estudios sobre
Nietzche y sobre el nacimiento de la filosofía;
el proyecto de edición de los textos
de la sabiduría arcaica, truncada por una
muerte prematura; charlas radiofónicas;
cursos universitarios, etc. En 1969 aparece
Filosofia dell'espressione, la obra que es
objeto de nuestra reseña y que ha sido
ahora editada en nuestro país. El libro se
presenta con una excelente traducción de
Miguel Morey que, cuando menos, conserva
esa permanente reforma esotérica de
la exposición filosófica a la que se encuentra
«necesariamente» abocada la escritura
colliana. Sin duda, nos hallamos ante una
obra singular dentro del panorama del
pensamiento filosófico contemporáneo.
Su existencia casi inadvertida no nos aporta
nada significativo sobre su valor. La historia
es nuestra cómplice, pues, como
todos sabemos, las alas de mariposa y los
pasos de paloma poseen efectos asombrosos
y terribles.
La lucha contra la soberbia de la ciencia,
contra la pretensión sistemática y optimista
de la razón conduce a Colli, una vez
aclarado el camino por la genealogía de la
moral, a la indagación sobre la génesis teorética
del l o g o s. Sólo dicha génesis nos conduce
realmente frente a las que Colli
denomina «preguntas importantes»:
¿cómo se ha desarrollado la razón hasta la
d e g e n e r a c i ó n actual?, ¿en qué consiste, por
contra, un uso s a n o de la razón?, ¿qué
supone esta razón a u t é n t i c a? El enigma,
la dialéctica agonística y la retórica son las
claves gracias a las cuales se vislumbra esta
génesis teorética. Y Filosofía de la expresión constituye la teoría general de ese logos
renovado en sus orígenes. La obra, estructurada
sutilmente entre la poesía de poderosas
metáforas y la rigurosidad de unas
deducciones trazadas casi more geometrico, se articula en tres partes: la primera,
un análisis metafísico de la realidad simbolizado
por el espejo de Dioniso, espejo
que refleja el juego de violencia que hace
aflorar en «la superficie las imágenes clarificadas
de la apariencia, regidas por el
dominio alternativo de lo necesario y lo
casual» (p. 82). La segunda, un análisis
lógico-gnoseológico del entramado cognoscitivo
en el que se pone de manifiesto,
en concordancia con el plano metafísico,
la preeminencia de la modalidad
(necesidad-contingencia), frente a la categoría
de la cualidad, de donde se deduce
una contradicción triangular en el seno
de la propia razón. Esto conduce a la formulación
y demostración de la «ley general
de la deducción»: «un objeto, si es, por
necesidad no es; si no es, por necesidad
es» (p. 180). Dicha ley es requerida por
la estructura de la apariencia, poniendo
de manifiesto la modalidad que habita en
el objeto necesario. La tercera, una historia
de la razón, historia de la razón, marcada
por dos mentiras sucesivas: la toma
de autonomía de la expresividad impropia
de la palabra escrita, que da lugar a un
«logos» espurio (p. 194 y s.); y la subordinación
del conocimiento al punto de
vista exclusivo del individuo, que supone
la instrumentalización de la razón en función
de la acción (p. 256 y s.). Todo ello
ubicado en el espacio pertinente que le
otorga su valor.
Aceptar la invitación que se nos hace en
esta obra no es tarea fácil. En ningún
momento ha escatimado el autor cualquier
tipo de esfuerzo por nuestra parte.
La posesión de lo realmente preciado
nunca se nos ofrece de modo abierto, sino
que sólo se adquiere dejando en el camino
todo el empeño y la valía del pretendiente.
La obra concluye con un aparente regalo
del que nada se nos había advertido en el
índice: «una serie de preguntas sin orden
aparente, con respuestas convenientemente
ambiguas». Todo queda dicho en
ellas sin que nada se diga. Una vez más la
verdad se revela, pero sólo para el que se
atreve a descifrarla.