Entrevista a Francesç Torralba

Entrevista a Francesç Torralba

“La autofinanciación es un objetivo clave para la autonomía y la credibilidad de la Iglesia, pero es un proceso lento que requiere la toma de conciencia de todos los fieles”.      

Una vez más, sensible a la producción rigurosa que contribuya a establecer condiciones que posibiliten el diálogo y la comprensión de la diversidad de convicciones sobre la religión y su papel en el espacio público, Cartas desde Laos entrevista en esta ocasión al autor del libro La Iglesia en la encrucijada (Ediciones Destino, Barcelona, 2013), una obra que analiza la situación y los retos de la Iglesia Católica en la sociedad actual a partir del legado intelectual de Joseph Ratzinger en su etapa como Papa y del Cardenal Jorge Mario Bergoglio en su época de Arzobispo de Buenos Aires. Algunas de las preguntas cruciales que se abordan en este libro, cargadas de hondura y profundidad filosófica, son: ¿Tiene futuro la Iglesia en nuestro tiempo? ¿Cuál es su misión en un mundo en ruinas? ¿Es creíble como institución? ¿Tiene capacidad para detectar las palpitaciones de nuestra sociedad y para responderlas de un modo eficiente al mundo? ¿Es posible salvar el divorcio entre Iglesia y modernidad? El modelo de sociedad que emana del Evangelio, ¿puede inspirar prácticas políticas y sociales liberadoras?

Francesc Torralba Roselló (Barcelona, 1967) es doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona y en Teología por la Facultad de Teología de Cataluña. En la actualidad es catedrático en la Universidad Ramon Llull e imparte cursos y seminarios en otras instituciones de educación superior. En diciembre de 2011 Benedicto XVI le nombró consultor del Consejo Pontificio de la Cultura de la Santa Sede. Es miembro de la junta directiva de Aldeas Infantiles SOS España y ha publicado más de setenta libros de filosofía, entre ellos Antropología del cuidar (1998), ¿Es posible otro mundo? (2003), Cien valores para una vida plena (2004), El civismo planetario (explicado a mis hijos) (2006), El arte de saber escuchar (2007), Sosegarse en un mundo sin sosiego (2009), Inteligencia espiritual (2010) y Con o sin Dios. Cuarenta cartas cruzadas (2012), junto con Vicenç Villatoro.

López Muñoz: En primer lugar quiero agradecerle esta entrevista a propósito de la reciente publicación de su obra La Iglesia en la encrucijada. De Benedicto XVI al papa Francisco. Desde el prólogo usted proclama su pertenencia a la “Iglesia universal” como cristiano que trata de comprender mejor en lo que cree y vivir honestamente su fe. ¿Qué es la Iglesia Universal? ¿Todos los cristianos pertenecen a ella?

Torralba Roselló: La Iglesia Universal es la comunidad de creyentes, de fieles que celebran a Cristo muerto y resucitado. Es el Pueblo de Dios que peregrina por la historia y que da testimonio de Cristo. La Iglesia es una pluralidad de personas que experimentan la vocación de dar a conocer a Cristo en el mundo, cada cual desde su singularidad y carisma. La belleza de la Iglesia radica en su pluralidad, en la diversidad de manifestaciones y de carismas laicales y religiosos que cohabitan en ella.

López Muñoz: Una parte sustancial de su libro consiste en un análisis, desde una perspectiva filosófica, de las tres encíclicas del pontificado de Benedicto XVI. En lo que respecta a la primera, Deus caritas est (2005), afirma que “la plena superación del egoísmo tiene lugar, precisamente, en el amor de donación”. En este amor de donación cabe todo inimicus, en tanto enemigo privado con independencia de su condición; no obstante, ¿puede afirmarse que caben también los hostis o enemigos públicos, aquellos que pretenden replantear el lugar de la Iglesia en el ágora?

Torralba Roselló: La ética que deriva del Evangelio es una ética que exige el amor incondicional, la práctica de la gratuidad, el ejercicio del perdón y la hospitalidad sin límites. Es una ética del exceso y de la desmesura, una ética de máximos que tiene como eje central el amor en toda su pureza. Esta ética de máximos activa lo mejor que hay en el ser humano, le impela a salir de sí mismo, a dar su talento, a pacificar el entorno, a hallar las vías de mediación y de entendimiento. Existen distintas posturas a la hora de comprender el lugar y la misión de la Iglesia en el mundo, pero, en cualquier caso, debe ser sal y luz, también esfera de acogida y de hospitalidad, signo visible del Amor infinito de Dios, del perdón incondicional que ofrece a través del Espíritu Santo. La Iglesia no es un fin en sí misma; es un instrumento al servicio del algo más grande y más bello que ella y su misión es dar testimonio de Cristo, mostrar a Cristo en el mundo y ser casa de acogida de todos, especialmente de quiénes sufren y están solos.

López Muñoz: A propósito de la encíclica Spe salvi (2007), relata cómo para Benedicto XVI “el progreso humano es esencialmente ambiguo y cómo el desarrollo de la ciencia ha propiciado grandes bienes para la humanidad, pero también ha hecho posible las más grandes devastaciones”. ¿El potencial emancipador de la razón necesita de tutelas y heteronomías morales fundadas teológicamente? ¿Ha alcanzado la razón la mayoría de edad?

Torralba Roselló: La razón, como el ser, como el amor, se dice de muchos modos. Existe un uso científico de la razón, pero también existe un uso metafísico, teológico, ético de la razón. La razón es un instrumento que sirve para distintas funciones. La identificación de lo racional con lo científico constituye una grave simplificación. En la teología existe un ejercicio de la razón, pero también en la ética, en la estética y en la poesía. La propuesta de Benedicto XVI de ampliar los límites de la razón moderna no significa dimitir del ejercicio de pensar, menos aún de sucumbir a la superstición y al oscurantismo; es una llamada a ensanchar la visión unilateralmente reduccionista de la razón que deriva del neopositivismo y del cientismo.

López Muñoz: La reivindicación de la  “razón ampliada” de la que habla Benedicto XVI, en tanto verdad extendida a las verdades de la fe, ¿no supone asumir una simplificación de la ciencia entendida como análisis de cualidades primarias, a la manera cartesiana, galileana o lockeana, ignorando las aportaciones de las neurociencias y de la neurofilosofía de la actualidad?

Torralba Roselló: Es una exigencia de la teología y de la filosofía estar atentas a las nuevas disciplinas científicas, a las aportaciones de las neurociencias, pues sólo de ese modo se puede articular un discurso que realmente sea significativo para el ciudadano actual. Ello exige a los filósofos y teólogos a estar muy atentos a los signos de los tiempos, a lo que emerge, a las nuevas visiones del ser humano, de la conducta humana y de la realidad, pero sería un error sucumbir a la novolatría, a la veneración de lo nuevo, de lo último, por el mero hecho de ser lo último. Esta tendencia es muy frecuente en nuestra sociedad y ya fue denunciada por el filósofo cristiano, Jacques Maritain. La realidad siempre trasciende la ciencia, lo que significa que es fundamental relativizar los discursos que articulamos sobre ella, máxime cuando tratan de la condición humana, porque ésta es, por definición, algo que escapa, que trasciende el instrumento de la razón.

López Muñoz: La comprensión del misterio del mal que realiza Benedicto XVI, de inspiración agustiniana, ¿podría interpretarse como un entramado teológico que termina legitimando el control de la libertad en general y de la libertad de conciencia en particular?

Torralba Roselló: Creo que no. El misterio del mal es, en primer lugar, un misterio. No existe un entramado racional, menos aún una secuencia lógica de silogismos para poder resolverlo intelectualmente de un modo satisfactorio. Trasciende la capacidad racional. Ello significa que es imposible poder ofrecer una teodicea que, de un modo concluyente, satisfaga la necesidad de sentido y de explicación última que late en el corazón de todo creyente. Desde la fe, existen motivos para la esperanza, razones para creer que el mal no es la última palabra de la historia, que el amor puede vencer el mal en todas sus formas. El mal en el mundo no puede imputarse a Dios; es fruto de la libertad humana, de una libertad que actúa desde la lógica del ego y que tiene como consecuencia final la destrucción. Dios crea el mundo, crea un ser racional, capaz de amar, capaz de elegir, pero también capaz de destruir y de utilizar su razón al servicio de causas inhumanas. Ese Dios que ama no abandona jamás al ser humano, incluso cuando éste tiene la impresión de estar completamente abandonado en el mundo.

López Muñoz: En Caritas in veritate (2009), Benedicto XVI afirma: “La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera confiada más que resignada”. Retomando la mirada agustiniana, ¿considera que cabría realizar un paralelismo entre la interpretación de la caída de Roma que se recoge en De Civitate Dei y la explicación de las causas que han provocado la actual situación de crisis económica y corrupción política? ¿Puede haber sin Dios auténtica y duradera prosperidad y felicidad?

Torralba Roselló: La crisis que padecemos es una ocasión para pensar a fondo el sistema social, económico, moral y político que hemos forjado. Es una oportunidad para someter a crítica los fundamentos de nuestra civilización y la lógica que impera en nuestro mundo. Puede ser una ocasión para empezar a vivir de otro modo, para descubrir otros valores. Una crisis, bien digerida, es el principio del verdadero cambio. La felicidad es el deseo de todo ser humano, pero muchos confunden la felicidad con el bienestar material o el placer sensitivo; otros con la mera estabilidad económica o con el éxito o la riqueza. La felicidad, entendida como plenitud humana, requiere vivir una vida con sentido, tener relaciones de calidad, de respeto y de estima y experimentar tranquilidad interior, una tranquilidad que emana de sentirse amado. Dios es fuente de felicidad cuando es concebido como el Dios que ama siempre e incondicionalmente y que me acepta incluso cuando todos me han despreciado.

López Muñoz: ¿Podría explicar qué quiere decir cuándo afirma: “la lógica del amor [o la lógica del don] no se opone a la justicia social, sino que la trasciende”?

Torralba Roselló: La justicia exige dar a cada uno lo que le corresponde; exige tratar al otro como me trató a mí. La lógica del amor no se funda en el cálculo, tampoco en la simetría entre el dar y el recibir. Consiste en dar, dar y dar, sin mirar atrás, sin  tener en cuenta como fui tratado. El que ama de verdad no calcula, no está pendiente de cómo actúan sus allegados; no excluye a nadie. Se limita a dar lo que es, lo que tiene, sin esperar nada, a fondo perdido. Éste es el mensaje de los santos, la expresión del amor de Dios en el mundo.

López Muñoz: ¿Todo ser humano posee una dimensión trascendente o espiritual? En este mismo sentido, la trascendencia y el debate en torno a ella, ¿es el punto de encuentro en el diálogo interreligioso y en el debate con los no creyentes (ateos, agnósticos, irreligiosos)?

Torralba Roselló: La dimensión trascendente es inherente al ser humano como también lo es su inteligencia espiritual, pero cada ser humano, en virtud de su educación, de su contexto y de su marco cultural, desarrolla esta potencia de un modo u otro, en el marco de una religión o al margen de ella.

López Muñoz: ¿Es posible la defensa de la dignidad, la equidad y la interdependencia, categorías propias de un humanismo global, fuera de un modelo socio-político democrático?

Torralba Roselló: El humanismo global requiere de un sistema político y social democrático, respetuoso con los derechos fundamentales, con la dignidad inherente a todo ser humano, con la libertad y la equidad, también con la integridad física y moral, principios que están en el ADN de la Doctrina Social de la Iglesia.

López Muñoz: Muchas veces, a partir del Concilio Vaticano II, se ha considerado que el laicismo debe domesticarse para convertirse en laicidad positiva, abierta, sana e integradora con el fin de desterrar su “connatural voluntad antirreligiosa”. ¿Considera esa visión acertada o en cambio esta perspectiva no es más que una ritualización caricaturesca que se realiza con el fin de criminalizar al enemigo?

Torralba Roselló: El laicismo no nace por generación espontánea. Muy habitualmente es la reacción instintiva y mecánica al clericalismo. El Papa Francisco ha criticado abiertamente el clericalismo. El laicismo nace muchas veces como reacción a la coacción o a formas explícitas o implícitas de imposición por parte de las tradiciones religiosas. En muchas ocasiones es fruto del prejuicio, del tópico y de una visión muy caricaturesca de la realidad eclesial, de Dios y del complejo fenómeno de las religiones.

López Muñoz: “La Iglesia no impone sino que propone”, dice un conspicuo adagio. ¿Qué opina de las formas de financiación de las propuestas pastorales, educativas, u hospitalarias que desarrolla la Iglesia Católica española? ¿Piensa que ésta algún día podrá alcanzar la autofinanciación que establecen los Acuerdos del Estado español con la Santa Sede de 1979?

Torralba Roselló: Benedicto XVI subrayó esta idea y el Papa Francisco también lo ha hecho a lo largo de este medio año de Pontificado: La Iglesia debe proponer su mensaje en el ágora, jamás imponer y debe hacerlo respetando la pluralidad social y lo tiene que hacer con un lenguaje inteligible y claro. También la Iglesia que peregrina en nuestro país debe ser coherente con su mensaje y sus propuestas deben ser claras. La autofinanciación es un objetivo clave para la autonomía y la credibilidad de la Iglesia, pero es un proceso lento que requiere la toma de conciencia de todos los fieles.

López Muñoz: En su libro considera que la Iglesia ha perdido credibilidad institucional en la sociedad actual. A su juicio, ¿cuáles son las claves para recuperar esta credibilidad?

Torralba Roselló: El Papa Francisco ha insistido que el camino de la credibilidad se gana con la coherencia, esto es, con una vida congruente con los valores del Evangelio. Cuando existe unidad entre el discurso y la acción, entre las palabras y los gestos, entre la predicación y las obras, se gana credibilidad y se genera confianza.

López Muñoz: Muchas gracias por concedernos esta entrevista y enhorabuena por su magnífica obra, profesor.

Torralba Roselló: Gracias a Usted por su atención.