Entrevista a Ángel Luis López Villaverde (I)

Entrevista a Ángel Luis López Villaverde (I)

“No hay democracia plena sin un estado laico porque no hay libertad política sin libertad de conciencia”. Entrevista a Ángel Luis López Villaverde (I)

Sensible a la producción rigurosa que contribuya a esclarecer el entramado histórico, filosófico y socio-político del clericalismo, Cartas desde Laos inaugura hoy un espacio reservado para el encuentro con autores de obras que contribuyan a promover y a profundizar en los principios del laicismo. Esta sub-sección se abre con la entrevista realizada al profesor Ángel Luis López Villaverde, autor de El poder de la Iglesia en la España contemporánea. La llave de las almas y de las aulas. La entrevista se realizó el pasado sábado 25 de mayo en su pueblo natal, Almagro (Ciudad Real). El autor es Profesor Titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Castilla-La Mancha y ejerce su docencia en el campus de Cuenca, tanto en la Facultad de Periodismo (de la que es Secretario Académico) como en la de Ciencias de la Educación y Humanidades.

López Muñoz: En primer lugar, profesor, me gustaría comenzar esta entrevista felicitándole por su obra. En unas doscientas páginas consigue sintetizar, con criterios de lo que podría denominarse como alta divulgación, la evolución histórica del poder eclesiástico en España, además de acompañar su texto de una fundamentación analítico-conceptual que sitúa su lectura en el marco teórico que debate sobre la posibilidad de configurar una democracia laica con una religión pública. Es igualmente de agradecer que el mundo académico participe del debate social en cuestiones tan pregnantes en la convivencia colectiva como el estatuto jurídico, político y socio-cultural de las religiones institucionalizadas, en general, y de la católica, en particular. Profesor, la expresión “democracia laica”, ¿es una expresión redundante?

López Villaverde: Le agradezco los elogios, sobre todo viniendo de un profesor de Filosofía, pues el libro aborda un tema interdisciplinar y temía no estar a la altura si me distanciaba de los ámbitos más habituales de la historiografía. Volviendo a la pregunta que me hace, se puede decir que sí, que es redundante, si nos atenemos a sus raíces etimológicas. “Laos” significa pueblo, la gente sin exclusiones, la muchedumbre, y “demos” es la comunidad política. Lo explica usted muy bien en la primera de sus “Cartas desde Laos”, publicada en Miciudadreal.es el pasado 27 de enero. Y añado, no hay democracia plena sin un estado laico porque no hay libertad política sin libertad de conciencia. Y esto interesa tanto a quienes profesan alguna confesión religiosa como a los agnósticos o ateos. A quien no interesa es a los dogmáticos, a quienes interpretan su fe religiosa desde posiciones neointegristas y no aceptan la diversidad ni la pluralidad, consustanciales a la convivencia democrática.

López Muñoz: Al inicio de su obra recoge una dedicatoria con fuerte carga emocional: “Dedicado a tres personas que no podrán leer este libro…”. ¿Qué intereses y qué convicciones le condujeron a escribir esta obra?

López Villaverde: Cada vez que me dispongo a escribir un libro pienso en los destinatarios de la dedicatoria. Es una manera de justificar la inversión de tiempo y esfuerzo que supone centrarse en una obra que, naturalmente, distrae de otras tareas y resta tiempo a mi familia y amigos. Y este, por el tema, lo he dedicado a tres personas que no pueden leerlo, por diferentes motivos. Dos son sacerdotes con los que me formé en mi juventud en Almagro, magníficas personas, con los que compartí plegarias que eran cantos revolucionarios, en un contexto, por supuesto, muy distinto al actual; uno de ellos murió muy joven (José Megía) y otro ha desarrollado una enfermedad neurológica que le impide recordar su pasado (Manuel Jiménez de los Galanes); ambos me enseñaron a pensar de manera autónoma y a desarrollar un espíritu crítico y un compromiso social que bebía en las fuentes de los avances conciliares y que, lamentablemente, se ha perdido. El tercero es mi amigo Víctor (Vitejo) de la Vega,  que murió en Cuenca mientras corregía las pruebas de imprenta, y que no sólo representa la visión contraria, la atea, sino que soportó muy mal toda su vida (como algunos de sus ascendientes) el poder eclesiástico. No obstante, tengo que reconocer que, en un principio, pensé dedicarlo, de manera más genérica, a quienes se sienten ateos entre los creyentes o creyentes entre los ateos, a los agnósticos sin vocación y a los descreídos indignados.  Naturalmente si acepté el encargo de la editorial La Catarata fue porque me permitió completar mis investigaciones, parciales hasta entonces, limitadas fundamentalmente a dos momentos históricos diferentes pero apasionantes (la España republicana y la de la Transición) y traducir a un lenguaje divulgativo debates y conocimientos que no solían trascender al gran público. Creo que los docentes debemos intentar trasladar a la sociedad lo que ésta nos demanda, evitando así que sea un mercado nutrido básicamente por polemistas de buena pluma pero escasa formación.

López Muñoz: En la historia que transcurre entre la necesidad de unidad política y administrativa de Recaredo hasta la actualidad, expone en su obra el vínculo y la convergencia existente entre los intereses geopolíticos de las monarquías hispanas y los intereses de poder económico, educativo, simbólico, etc., de la jerarquía eclesiástica católica. A su juicio, ¿cuáles son las claves de la alianza entre el trono y el altar en España?

López Villaverde: En el libro lo explico de manera más extensa. Aun siendo consciente de que cualquier resumen implica una simplificación que se presta a la manipulación, y que la relación entre la autoridad política y religiosa ha ido variando históricamente, se puede decir que la jerarquía eclesiástica se ha servido tradicionalmente de las autoridades políticas para obtener mayor peso social y que estas se han beneficiado de la capacidad del catolicismo no sólo para la legitimar el orden establecido sino también para forjar el necesario universo simbólico capaz de estructurar los intereses y comportamientos sociales. Claro que esto resulta un arma de doble filo porque igual que la institución tiene capacidad de legitimar el poder constituido, también la tiene para deslegitimarlo. En cualquier caso, tras siglos de unidad religiosa (iniciada por Recaredo y culminada por los Reyes Católicos) se inicia la era contemporánea con la plasmación de la idea constitucional de nación católica, que da paso a un confesionalismo sólo interrumpido durante la Segunda República, y cuya sombra se ha proyectado, de manera limitada, por supuesto, en el marco supuestamente aconfesional actual. En consecuencia, la Iglesia católica obtuvo en España lo que, metafóricamente, describo como “llave de las almas”, que se acompañó de la “llave de las arcas” hasta el siglo XIX y, una vez perdida ésta (como consecuencia de la revolución liberal), accedió a la “llave de las aulas”, que es la que se resiste a perder en la actualidad.

López Muñoz: A partir de la Constitución de Cádiz, ¿a cuántas guerras ha contribuido y ha legitimado el catolicismo ultramontano cuándo ha visto amenazado su estatus de hegemonía, social, cultural, política y jurídica?

López Villaverde: Pues casi todas las que han tenido lugar en la Península en los dos últimos siglos, desde las guerras carlistas en el siglo XIX (con los frailes trabucaires como símbolo más destacado en los años treinta y los obispos integristas clamando contra el liberalismo en los setenta) hasta la guerra colonial de fin de siglo, que ya obtuvo la calificación de cruzada y, por supuesto, la guerra civil, entre 1936 y 1939. En el primer caso, el enemigo era, supuestamente, el liberalismo, en el segundo la democracia y la masonería y en el tercero el ateísmo. Pero en todos estos casos, lo que había detrás era la defensa de los privilegios del Antiguo Régimen en 1833, la perpetuación del confesionalismo en 1873 o de la teocracia dominica en 1895 y el rechazo frontal al laicismo republicano en 1936. Dicho esto, tampoco podemos olvidar que el catolicismo español no ha sido monolítico, pese a que el llamado catolicismo “liberal” ha sido poco representativo en nuestro país.

López Muñoz: ¿Qué efectos poseen los procesos de desamortización eclesiástica producidos en la España del siglo XIX para la transformación de sus estructuras económicas y para su predominio en la gestión de la educación?

López Villaverde: Como he apuntado antes, la desamortización eclesiástica de Mendizábal, junto a la abolición del diezmo, supusieron el desmantelamiento de las estructuras económicas de la Iglesia católica. Pero el Estado liberal compensó la pérdida de la “llave de las arcas” con el mantenimiento estatal de culto y clero (rubricado en el Concordato de 1851) y, sobre todo, poniendo en manos eclesiásticas el control de la educación y de la libertad de pensamiento o expresión, lo que he llamado la “llave de las aulas”. Era el precio a pagar para poner fin a tres décadas de enfrentamiento entre el poder político y religioso, durante la crisis del Antiguo Régimen, y poner las bases de un entendimiento duradero entre un Estado liberal, que necesitaba consolidarse, y una institución eclesial, que podía recuperar el papel de España como bastión católico, en una Europa cada vez más hostil al poder vaticano.

López Muñoz: El Ayuntamiento de Ciudad Real renueva todos los años el voto de la ciudad al dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Otros Ayuntamientos castellano-manchegos declaran alcaldes o alcaldesas perpetuas a sus patrones o patronas. ¿En qué sentido pueden considerarse estas prácticas confesionalistas un anacronismo histórico?

López Villaverde: Es curioso recordar que el dogma de la Inmaculada fue establecido a mediados del siglo XIX por el mismo Papa, Pío IX, que instauró la infalibilidad papal y defendió el ultramontanismo, condenando el liberalismo y las libertades “modernas”. Desde entonces, en toda la Europa católica, sometida a procesos de secularización creciente, sus prelados intentaron utilizar las principales devociones a modo de resistencia y de autoidentificación. Ahora bien, en el caso español, el modelo de cristiandad alfonsino, primero, y el nacionalcatólico franquista, después, supusieron una sacralización de la vida política y una politización la religión. El resultado, tras tantas décadas de confesionalismo, es la proyección de la sombra del palio hasta la actualidad. Por tanto, no sólo son anacrónicas estas prácticas sino incompatibles con la laicidad. Lo más curioso es que las autoridades municipales, del signo que sean, sigan sin replanteárselas en pleno siglo XXI.