Entrevista a Andreu Navarra Ordoño (I)

Entrevista a Andreu Navarra Ordoño (I)

“Lo que más me molesta de nuestros gobernantes actuales es el hecho de lo poco que conocen a España”. Entrevista a A. Navarra Ordoño (I)

El pasado 29 de mayo se presentó en Barcelona el libro de Andreu Navarra Ordoño El anticlericalismo. ¿Una singularidad de la cultura española? Andreu Navarra, nacido en Barcelona, es doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Actualmente trabaja en el Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona. También es miembro del proyecto de investigación “Memoria y cultura religiosa en el mundo hispánico, 1500-1835”. Un agradable encuentro con el autor condujo a la siguiente entrevista destinada a ver la luz a través de Cartas desde Laos.

López Muñoz: Comencemos por el principio, ¿de dónde le nace la posibilidad y la necesidad de escribir una obra titulada El anticlericalismo? ¿Qué necesidad tenemos hoy de hablar de anticlericalismo? ¿Si existe aún, es porque el clericalismo posee plena vigencia?

Navarra Ordoño: El anticlericalismo nace junto a otros tres libros (El feminismo, de Ana Caballé; El republicanismo, de Ángel Duarte y El racismo y la xenofobia, de José María Perceval), en el contexto de una nueva colección de libros de la editorial Cátedra ("Historia de...", dirigida por Ricardo García Cárcel. El objetivo de los coordinadores es proporcionar al lector medio español las herramientas y los datos básicos para que el público sea capaz de pensar por sí mismo y formarse una opinión sobre las cuestiones más candentes de la actualidad española. Ricardo García, junto al que llevo trabajando tres años, pensó que yo podría hacer un buen papel estudiando esta compleja matriz de conceptos que entendemos por anticlericalismo porque, por mis investigaciones, suelo manejar con profusión prensa antigua.

Yo creo que resulta imprescindible hablar de anticlericalismo por varias razones. Por una parte, para deshacer concepciones finalistas que consideran el anticlericalismo de la década de 1930 como un triunfo de la racionalidad. Yo no estoy de acuerdo, y por esta razón introduje la cita de Cipolla al frente del volumen. Yo no creo que las salvajadas fascistas de asesinos como Queipo de Llano justificasen la oleada de asesinatos de clérigos del verano de 1936. La versión justificativa más extendida es la de que “ellos atacaron primero”. Mire usted, esto me afecta personalmente: mi abuelo era de la CNT-FAI el 18 de julio de 1936, y en varias ocasiones, durante la escritura de mi libro, me alegré de estar seguro de que el segundo día de guerra civil se marchara a Aragón a pelear en el frente y no se quedara en la retaguardia. Porque lo que ocurrió en Barcelona, Madrid y Valencia (sobre este último caso hay un libro muy bueno de César Alcalá) fue, sencillamente, repugnante. Yo no creo que un golpe de Estado fascista autorice a nadie a asesinar sacerdotes de doscientos en doscientos. Entre los frailes de El Escorial que cayeron en Paracuellos había chavales de 16 años y ancianos de 70... ¿Eran quintacolumnistas? Yo soy de izquierdas pero no estoy dispuesto a que me engañen. De todas formas, yo no he querido escribir un libro ni politizado ni sensacionalista. Por eso presto atención especialmente a los movimientos reformistas, sin ceder a la obsesión actual por la guerra civil. Hay otros períodos apasionantes, como la época ilustrada y la liberal, que aún necesitan un importante caudal de estudio.

Pasemos a hablar de la actualidad. Yo creo que el anticlericalismo hoy tiene perfecta justificación cuando se atenta frontalmente contra la laicidad de nuestro Estado. La LOMCE es un regreso a la legislación del ministro franquista Ibáñez Martín. Y como los obispos están tratando de imponer su ideología al conjunto total de la población, es justo que se combata esa iniciativa desde la calle y desde el derecho. Pero démonos cuenta de que nadie se mete con el dogma católico. Ésta es una cuestión política. Las mujeres turcas salieron el otro día a la calle para defender lo mismo: que no les impongan creencias. Yo siento un enorme respeto por los creyentes y por los católicos. Sencillamente no puedo tolerar que una cúpula minoritaria de ellos (los que están arriba) imponga su criterio a una sociedad plural. ¿Qué ocurrirá en los colegios con un 60% de musulmanes, como en numerosos centros de zonas industriales catalanas? ¿Qué se les dirá a los padres agnósticos, protestantes, islámicos? ¿Qué opinarán los evangélicos? Y me gustaría añadir una cosa, una recomendación para los mismos dirigentes católicos. Si tira adelante una ley que imponga religión católica evaluable, lo único que conseguirán es disparar el ateísmo. Si yo fuera del Opus Dei desaconsejaría seriamente la aplicación de la LOMCE, porque los alumnos que se eduquen en ella desarrollarán un odio de por vida a la Iglesia, un auténtico anticlericalismo visceral, y no el agnosticismo moderado de quienes, como yo, jamás fuimos educados de manera confesional. Lo que más me molesta de nuestros gobernantes actuales es el hecho de lo poco que conocen a España. Su política es totalmente irresponsable, y está minando las bases mismas de nuestra convivencia democrática. No leen nada, no saben nada, no preguntan ni consultan nada, venden la Sanidad sin consultar a los médicos, destruyen la enseñanza sin consultar a padres ni profesores, no se interesan por lo que hay más allá de sus barrios de ricachones y sus círculos sectarios. Son lamentables porque ni siquiera sirven como nacionalistas tradicionalistas. Van totalmente a la deriva.

López Muñoz: Un autor catalán hablando de la cultura española... ¿Cuántas susceptibilidades puede herir este hecho? ¿Es posible resistirse  a todas ellas y no caer en las provocaciones ridículas y simplificadoras que castran las vías de comunicación, de conocimiento y de entendimiento mutuo?

Navarra Ordoño: Si el hecho de escribir en español levanta alguna susceptibilidad en Cataluña, me trae absolutamente sin cuidado. De momento he estado rodeado siempre de personas abiertas y no he tenido problemas en este sentido. Yo soy un escritor totalmente bilingüe, ofrezco mis textos a quien quiera escucharme, en catalán y en español. Además, soy catalanista, lo cual no implica que deba creerme las memeces de algunos nacionalistas. Yo creo que el catalán y la cultura catalana deben ser defendidas, incluso a través de una legislación protectora. Soy partidario de que Cataluña gestione sus propios recursos a través de un concierto tributario, como ocurre en el País Vasco. Lo que no estoy dispuesto a aceptar es propagandas acríticas ni versiones de la historia edulcoradas o victimistas. Los eslóganes y los linchamientos me repugnan. Este año acabo de publicar La región sospechosa. La dialéctica hispanocatalana entre 1875 y 1939 (Barcelona, Servei de Publicacions de la UAB), donde abordo estas cuestiones de manera directa, porque la enorme mayoría de nacionalistas catalanes, los maximalistas, lo que proponían era un Estado Catalán libre dentro de una federación hispánica. Lo que rechazaban era el estado centralista, la monarquía caduca, el sistema represivo. Muchos de ellos (Rovira i Virgili, Coromines, Pijoan) expresaron su amor incondicional a la verdadera cultura castellana y al pueblo castellano. Yo pienso igual que ellos, soy un catalanista atípico, que visita Madrid continuamente y se siente allí como pez en el agua. Mi idea del paraíso se parece mucho a una de las magníficas librerías de Madrid. Siempre amaré los paisajes, las personas, los libros, y siempre rechazaré esta maldición de gobiernos lamentables que son la lacra de España. Lo que pasa es que a los políticos de casta les va muy bien dividir y fomentar las fracturas: divide y vencerás.

Ésta es una cuestión compleja, sin duda. Muchas personas cultas e inquietas de Madrid interpretan que se lleva a cabo en Cataluña una política demagógica que es la causa de las masivas manifestaciones independentistas. Y me temo que la lectura correcta es totalmente contraria: el independentismo es una ola cívica que está trayendo problemas a los mismos políticos catalanes, porque no saben cómo encauzarla. Éste será el fracaso de Mas.

Yo propongo que se metan en el papel de los catalanes y se analice objetivamente la situación. Con un jefe de Estado que se va a cazar elefantes, con un ministro de cultura que actúa como un Jruschov de pacotilla y se propone, no rusificar a los ucranianos, sino españolizar a los niños catalanes, es decir, que amenaza a la lengua y la trata como un residuo rural, con una cúpula política que desprecia a diario a la ciudadanía, con un cinismo irresponsable y una hipocresía estremecedora, ¿cómo no va a surgir disidencia? ¿Realmente no es normal que aparezca la disidencia cívica? Lo que haría yo es felicitar a todos los disidentes y desobedientes por su profundo sentido cívico. Actualmente, ni un solo político español propone nada tranquilizador para Cataluña. El separatista número uno es el ministro Wert.

Ahora bien, yo creo que no se está informando bien a los ciudadanos catalanes. Hay un libro que todos deberíamos leer: La independencia de Escocia, de Michael Keating (Publicaciones de la Universitat de València, 2012), donde los catalanes encontrarían los elementos para un debate público que no se está produciendo dentro de Cataluña. Este año se han publicado toneladas de libros con títulos como los siguientes: “La independencia a un palmo”, o “Historia de la independencia”, que lo dan todo por hecho, cuando todo está por hacer. A mí la histeria no me dice nada, las banderas no me dicen nada. En primer lugar, impulsar un proceso nacional en una sociedad con 1 millón de parados, me parece una locura. Sin una economía estable que garantice una sociedad igualitaria, sin una reflexión acerca de la misma democratización de Cataluña, me parece una irresponsabilidad notable. ¿Qué clase de Constitución aprobarían los politicastros actuales? Lo que me temo es que el gobierno catalán esté ocultando su política descaradamente clasista con una mera agitación de banderas, y que la sociedad catalana, que se moviliza por lo que considera totalmente justo, se encuentre con un brutal trauma colectivo en un futuro próximo, cuando vea que sus políticos desertan de su propio programa, cuando vea que el gobierno central los ignora, cuando vean realmente los sacrificios sociales que implica una separación. Yo abogo por una Cataluña radicalmente libre en una España realmente democrática que se haya sacado de encima a ciertos partidos oligárquicos. 

López Muñoz: El libro, además de estar dedicado a un profesor suyo del Instituto, ya fallecido, se lo dedica también “a todos los creyentes españoles sin iglesia”. ¿Son los grandes incomprendidos de nuestra historia común? Partiendo de una de las ideas centrales en su obra, la fecundidad histórica del anticlericalismo católico español, ¿por qué éste ha carecido de arraigo social?

Navarra Ordoño: Yo no creo que carezca de arraigo social, sino todo lo contrario. Lo que pasa es que mi impresión es acientífica e indemostrable. Yo tengo la impresión de que muchos españoles serían católicos si la Iglesia dejara de intervenir en política. Es decir, creo que hay una gran mayoría de españoles cristianos que siente vergüenza de la cúpula eclesiástica y sus aliados políticos, y siente también respeto por los sacerdotes de base, pero que se apartan de los ritos porque no aceptan la línea ultraconservadora de los dirigentes. Hay muchos creyentes que no entienden por qué deben ser de derechas, y por qué la Iglesia sólo apoya a los ricos y los poderosos. Ser católico no debería implicar una actitud antidemocrática, sino todo lo contrario. Esto sucede en España desde 1808, y sigue sucediendo hoy. A estos creyentes que no pueden identificarse con una Iglesia politizada va dedicado mi libro. Otra cuestión es que esa disidencia sea visible o efectivamente mayoritaria. No lo es, lógicamente, porque son los poderosos los que hacen ruido en los medios, y los que impiden que la Iglesia se reforme y sea lo que debe ser, lo que muchos católicos quieren que sea: el referente moral de los católicos y no el referente moral de un puñado de políticos de extrema derecha, los auténticos elementos antisistema.

López Muñoz: La concepción del laicismo la toma de Joan Carles Marset en su magnífico libro Ateísmo y laicidad. ¿Qué relación considera usted que existe entre los términos “laicidad” y “laicismo”? Y una segunda cuestión, ¿el laicismo es necesariamente anticlerical?

Navarra Ordoño: Lo que debería entender la Iglesia es que sólo una situación de laicidad garantizará su pervivencia. Cuanto más poder político atesore más ventajas materiales obtendrá a corto plazo, pero sufrirá una multiplicación de la disidencia interna. En un país no católico, como los Estados Unidos, únicamente la laicidad les protege. La laicidad es la garantía de la igualdad de derechos, no una praxis antirreligiosa. En mi libro me he empeñado en documentar casos de católicos laicistas, de españoles representativos que entendieron que las creencias religiosas no tienen nada que ver con las defensas de unos determinados privilegios sociales.

López Muñoz: ¿La primera raíz del anticlericalismo español se encuentra en la propia Iglesia?

Navarra Ordoño: Ésa es una de las tesis del libro. Lo que es indudable es que las primeras críticas documentadas se debieron a clérigos, como el Arcipreste de Hita o los rivales de la Compañía de Jesús. En sus obras nacieron una serie de mitos que llegaron perfectamente vivos al siglo XX. Además, curiosamente, las grandes oleadas de anticlericalismo suelen ir precedidas de momentos en que la Iglesia se divide internamente, y eso da una mala imagen de la institución.