En el paraíso (III)
También en los centros neurálgicos de las finanzas mundiales se reproduce la misma hybris clerical productora del beneficio económico a escala mundial. Dejando atrás el caso del Banco Ambrosiano, como ente visible de las operaciones financieras delictivas del Vaticano en el siglo XX, las denuncias a la Santa Sede sobre sus multimillonarios lavados de dinero no dejan de sucederse en obras como las de Avro Manhattan (por ejemplo, The Vatican Billions, 1983), la de Jesús Ynfante (La cara oculta del Vaticano, 2004) o la de Gianluigi Nuzzi (Vaticano SpA. Da un archivio segreto la verità sugli scandali finanziari e politici della Chiesa, 2009); al igual que en investigaciones periodísticas como las del diario inglés London Telegraph, del alemán Inside Fraud Bulletin o del italiano la Repubblica.
Avro Manhattan, el mayor y mejor conocedor de la Iglesia católica en el siglo XX, en su relación con la política mundial y el dinero –traducido a casi todas las lenguas del mundo y curiosamente casi inédito en lengua española-, exponía a principios de los ochenta, los detalles del vínculo entre el Vaticano y la rama inglesa y napolitana de la familia judeoalemana de banqueros Rothschild, así como sus grandes inversiones en el Credit Suisse de Londres y Suiza o en entidades financieras de EE.UU., como el Banco Morgan, Chase-Manhathan, Frist National Bank de Nueva York o Bankers Trust Company, entre otros. A todo esto, añade la denuncia de la adquisición de cientos de millones de acciones en las más poderosas corporaciones internacionales, tales como la Gulf Oil, Shell, General Motors, Betlehem Steel, General Electric, IBM, Disney, Internacional Business Machines y la aerolínea TWA. Más conocido es en el ámbito hispano la obra de Jesús Ynfante ya mencionada, en la que certifica que con capital del Vaticano hubo compras de porcentajes significativos y a menudo mayoritarios en empresas de muy diversos sectores económicos como textiles, telefónicas, ferroviarias, cementeras, eléctricas, alimentarias y de servicios; así como también en empresas inmobiliarias, de armamento y hasta en una empresa de plásticos especializada en la fabricación de preservativos. La obra más reciente es la del milanés Gianluigi Nuzzi, en la que analiza el período post-Marcinkus a partir de más de cuatro mil documentos y de la historia real del principal asesor económico del Vaticano, Renato Dardozzi, de los que se deduce el “articulado sistema de cuentas ocultas y paralelas para manejar el dinero del crimen organizado, recursos de sobornos, cuentas millonarias de dudosa reputación y obscuro proceder”.
Igualmente desde el ámbito periodístico, los diarios London Telegraph e Inside Fraud Bulletin en febrero de 2002, o la Repubblica en marzo de 2010 o febrero de 2013, demuestran que el Estado de la Ciudad del Vaticano es un Estado “cut out”, es decir, un Estado cuya legislación sobre el secreto bancario impide toda posibilidad de rastrear o encontrar una pista sobre los orígenes de los fondos financieros depositados o transferidos. De hecho paraísos fiscales como las Islas Bahamas, Suiza o Liechtenstein, son Estados menos utilizados que el Vaticano para el blanqueo de dinero sucio. Además, la gran diferencia entre el paraíso fiscal “convencional” y el del Vaticano es que en este último, sólo su Banco Central, es decir el Banco Vaticano o Istituto per le Opere di Religione, puede llevar a cabo el blanqueo de dinero, y no la banca privada extranjera que opera allí.
Ante el hecho de la inmensa riqueza del Vaticano, ¿será que la Iglesia católica, como institución, no puede oponerse al presente genocidio económico y a la corrupción porque participa activamente en la trama financiera que los origina? ¿Será que la caridad resuelve el orden social injusto que provoca guerras y millones de muertes por hambre y enfermedades en todo el planeta? En su primera encíclica, Deus caritas est, el Papa Benedicto XVI, señalaba que “La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado”. Lo suyo en cambio es la caridad, la ayuda humana y humanitaria, que no obstante nunca debe “dejar de lado a Dios y a Cristo”, apostilla el exPapa alemán. Y añade, “la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia”, junto con el anuncio de la Palabra de Dios y la celebración de los Sacramentos. Entonces, ¿es la caridad la realidad del símbolo de un Dios pobre, famélico, perseguido y crucificado? ¿Es posible ignorar el amor de la Iglesia católica a la propiedad privada y al lucro, fuera de su ambigüedad constitutiva como entidad de poder terrenal?
Al contrario de lo que considera el gran teólogo Ratzinger, en lo que podría considerarse una autoparodia digna de los guiñoles, la defensa de la justicia social no es lo propio de una estrategia marxista inhumana. El mero voluntarismo caritativo, por urgente y necesario que sea en determinadas circunstancias, al margen de proselitismos, solo termina por retroalimentar un modelo social de beneficiencia, dependiente y estructuralmente injusto. Claro que la Iglesia católica como todo consorcio internacional necesita de una autolegitimación corporativa ante las críticas tanto internas como externas que recibe. Organizaciones como Cáritas Diocesana española cumplen de forma excelente este papel, además de resolver las necesidades más perentorias de cientos de miles de personas a diario. Lo paradójico, en fin, es que la Conferencia Episcopal española sólo aporta a Cáritas un exiguo 2% de su presupuesto anual (el 64.3% lo recibe de fondos privados y el 33.7% de fondos públicos, según datos de la Memoria Anual 2011 de Cáritas española). El porcentaje de rentabilización mediática que obtiene a cambio es muy superior. Es más, repetir hasta la saciedad que la Iglesia ahorra dinero al Estado, asistencial o de cualquier otro tipo, es una completa falacia. ¿Cómo se financia la Iglesia católica española?