¿Antifranquismo y laicismo de un diplomático profesional?
Maestro Petrochiodo, albardiere e falegname, fu incaricato di costruire la forca: era un lavoratore serio e di talento, che si dedicava con impegno a ciascuno dei suoi compiti. Con grande dolore, perché due dei dannati erano suoi parenti, costruì un forcone ramificato come un albero, le cui corde salivano tutte insieme manovrate da una sola asta; era una macchina così grande e ingegnosa che si potevano impiccare in una sola volta anche più persone di quelle condannate, tanto che il visconte ne approfittò per appendere dieci gatti alternati ogni due carceri. I cadaveri rigidi e le carogne di gatto ondeggiavano per tre giorni, e all'inizio a tutti si stringeva il cuore guardandoli. Ma ben presto abbiamo notato l'impressionante visione che offrivano, e anche il nostro giudizio di smembrata in sentimenti disparati, in modo che ci è dispiaciuto anche decidere di lasciarli e di disfare la grande macchina.
Ítalo Calvino, Il visconte dimezzato, cap. IV[1]
Memoria y trayectoria profesional
En los últimos años son varias las semblanzas de diverso género que se han realizado sobre Gonzalo Puente Ojea (1924-2017)[2]. En el año del centenario de su nacimiento nos podemos remitir a cualquiera de ellas para dibujar el perfil personal, intelectual o profesional del mayor crítico sobre las pretensiones de verdad y de poder del fenómeno religioso en el pensamiento de lengua hispana.
No obstante, en el empeño didáctico por contribuir a la ruptura de su silenciamiento o de la simplificación de su figura, en una nueva aproximación identificamos su embajada ante la Santa Sede como el principal hito de reconocimiento de todos aquellos que tienen noticia de Puente Ojea, no tanto por su dimensión especulativa, de mayor pregnancia ‒y de la que se ocupan otros autores en el libro que el lector tiene en sus manos‒, como por su dimensión mediática o su repercusión social o política. Asumiendo este punto de partida, en las siguientes páginas nos proponemos un acercamiento a la figura de Puente Ojea a partir del conjunto de su actividad profesional, aquella precisamente de la que se sintió liberado a partir del momento de su jubilación, liberación que le permitió el tiempo y la continuidad suficiente para desarrollar el grueso de la obra[3] que nos legó. Ya en otra sede nos hemos ocupado de analizar las circunstancias y las causas que llevó al Gobierno español de 1985 a nombrarlo embajador de España ante la Santa Sede y, dos años después, a cesarlo[4]. La pregunta de la que partimos ahora es más amplia y, por tanto, no se agota en este gran acontecimiento de su embajada en la plaza de España. Puede formularse del siguiente modo: ¿es posible ser miembro del cuerpo profesional diplomático ‒a diferencia del político que puntualmente y de forma circunstancial forma parte del cuerpo diplomático‒, y tener una proyección políticamente comprometida, sin menoscabar la eficacia de su acción diplomática?[5] Planteada de forma más específica: ¿defendió Puente Ojea, como miembro de la carrera diplomática, posiciones antifranquistas, primero y laicistas, más tarde, entre 1950 y 1989?
En la conocida novela, Il visconte dimezzato[1], de Italo Calvino[2], publicada en 1952, el famoso escritor italiano narra lo sucedido al vizconde Medardo de Terralba durante la guerra contra los turcos. En un lance de la batalla, Medardo es partido en dos mitades por una bala de cañón, quedando dividido en una mitad buena y otra malvada. Ambas hacen sus vidas a partir de ese momento por separado hasta que terminan reencontrándose. Lo ocurrido a Medardo de Terralba, es expresión metafórica de la condición alienada del hombre que se encuentra en la situación dramática de una guerra ‒de la guerra fría o de una dictadura, por ejemplo‒, de la que de forma inevitable termina escindido, dividido, partido en dos y, con esa nueva realidad, debe hacer su vida aspirando a una nueva plenitud. ¿Cómo es posible vivir en una situación de penuria e indigencia, moral, intelectual o social como la que supone, en particular para Puente Ojea, la dictadura nacida tras el fin de la Guerra Civil española? ¿Cómo orientarse en épocas de persecución política y policial, de purga laboral[3] y de muerte no solo civil sino también física? ¿Cómo es posible luchar por una convicción política firme, por legítima que sea, frente a la legalidad establecida del Estado totalitario a la que sirve el diplomático profesional? ¿Es posible y legítimo ser diplomático de profesión durante el franquismo y ser antifranquista? ¿Es posible y legítimo defender la autonomía del Estado español como miembro de la carrera diplomática tras la reforma política llamada «transición a la democracia» que Puente Ojea reconoce desde el primer momento como instauradora de un criptoconfesionalismo contrario al Estado laico? Es más, cuando la presencia del pasado se hace necesaria, ¿cómo evitar la comprensión y la justificación de lo moralmente reprobable o repugnante ocurrido en el pasado? ¿Cómo evitar la indiferencia, la ignorancia o el olvido de quienes eligen lo contrario en idénticas circunstancias? En definitiva, ¿cómo reconstruir la memoria que conduce a tiempos de ignominia?[4].
En marzo de 1962, el propio Puente Ojea es consciente de este tipo de interrogantes e invitado por la Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona para disertar sobre la condición del diplomático profesional[5] ante los estudiantes aprovecha la ocasión para exponer de forma abierta el drama a nivel personal que supone la confrontación entre el conformismo técnico de ese diplomático profesional con el conformismo político del ciudadano que hay detrás del diplomático profesional.
El vínculo de lealtad que se exige al servidor del Estado en un régimen totalitario no encierra las tradicionales limitaciones que sanciona la moral y el derecho a la libertad de opinión. Dicho vínculo tampoco se integra en un claro deslinde entre los deberes como funcionario y los derechos como ciudadano, sino que envuelve en su totalidad al funcionario, cuya personalidad toda se encuentra comprometida. Al mismo tiempo, y para viabilizar la exigencia de esa responsabilidad in toto, el margen de discrecionalidad estatal crece hasta desalojar, en la práctica, todas las instancias que en el Estado de derecho funcionaban contra la arbitrariedad personal del superior jerárquico. La lealtad totalitaria implica, así, un retorno a la lealtad del período absolutista[6], […]. Ese conformismo inherente a la estructura actual de la carrera diplomática puedes adquirir connotaciones mucho más graves en países donde no existe un consenso sobre las realidades políticas fundamentales. Porque entonces se funden dos formas distintas de conformismo: hoy el conformismo político como actitud del ciudadano qua ciudadano y el conformismo técnico u operativo diplomático qua diplomático de un estado al que sirve. Cuando la filosofía política que inspira el régimen de un país está en contradicción con sus más íntimas convicciones políticas, el diplomático, quizá más que ningún otro funcionario estatal, vive de manera dramática su deber de conformarse al estado de cosas. Precisamente porque el diplomático, aunque no es político, está a resultas de la política; y porque ejecuta e incluso hace política en su actividad profesional, sin gozar jamás del poder de la consideración del político. De ahí el permanente riesgo en que ejerce su función, la necesidad de halagar al poder para conseguir el éxito profesional[7].
Esa lucha interna, de la que nos habla nuestro protagonista, nunca la vivió Puente Ojea de forma melodramática. En expresión coloquial podríamos señalar que supo «nadar y guardar la ropa». Aunque de lo que no cabe duda como expondremos a continuación es de que nadar nadó. Como nos recuerda ‒en el homenaje que Europa Laica le tributó a Puente Ojea tras su fallecimiento‒ su colega y amigo, el embajador de grado de España Ramón Villanueva Etcheverría en respuesta a la pregunta sobre qué significó Gonzalo en la carrera diplomática, al hilo de su interlocución señaló:
Gonzalo era, ni más ni menos, que un faro. A las nuevas generaciones que entraban, a todos ellos, les fue predicando, fue un maestro Gonzalo, porque lo que nos había faltado eran maestros. Pues las nuevas generaciones de diplomáticos iban abriendo los ojos porque Gonzalo en la Escuela Diplomática se los iba abriendo. Y luego éramos muy pocos en el Ministerio, prácticamente una docena los que podíamos decir que estábamos del lado de la democracia. Bueno pues se podía decir que […] los diplomáticos demócratas cabíamos todos en el despacho de Gonzalo, que es donde nos reuníamos[8].
Es más, para Ramón Villanueva, Puente Ojea evolucionó muy rápido a partir del contexto en el que ambos habían nacido y crecido, que no era otro sino la España de los vencedores frente a la de los vencidos. En ese sentido, desde los primeros años cincuenta «Gonzalo plantaba cara al Régimen [y] ya se le tildaba de marxista y socialista»[9].
Antes de la Escuela diplomática
Pero ¿mostraba ya ese carácter crítico y demócrata antes incluso de ingresar en la Escuela diplomática en 1950?
Puente Ojea, junto con otros alumnos de la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid[10], entró a formar parte del recién creado Círculo de Jóvenes de Madrid de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas a finales de 1946. Entre sus actividades, con el fin de mostrar su carácter crítico y su claridad de perspectiva desde temprana hora, destaca una ocurrida en diciembre de 1947. Según cuenta el exministro franquista Federico Silva Muñoz en sus Memorias Políticas, en una de las reuniones del Círculo se produjo un enfrentamiento entre José María Díez-Alegría Gutiérrez[11] y Gonzalo Puente Ojea. A juicio de Silva, «Gonzalo estuvo muy superior ideológica y dialécticamente hablando»[12] en relación con la defensa de la democracia, que ya había defendido días antes Rafael Márquez en otra reunión del Círculo. El hecho fue que las intervenciones de Gonzalo Puente y de Rafael Márquez supusieron la renuncia del padre Llanos a la dirección espiritual del grupo, pocos días después, exfalangista y director de los ejercicios espirituales de Franco[13]. Y no debemos olvidar el contexto político general en el que se produce esta pequeña pero significativa contribución a la construcción de la democracia. Por un lado, en julio de ese mismo año, 1947, se había aprobado la quinta Ley Fundamental de la Dictadura, la Ley de Sucesión que recuperaba de facto la dinastía monárquica y que muchos años después serviría, primero para nombrar príncipe de Asturias a Juan Carlos de Borbón en 1969 y segundo, muerto el dictador, para nombrarlo Rey, pasando por encima de su padre, hijo del último Rey, Alfonso XIII que lo había designado como heredero de la corona y que solo terminaría renunciando a la sucesión el 14 de mayo de 1977. Por otro lado, en una perspectiva internacional el futuro de España ya se había decidido en la Conferencia de Postdam, en concreto en la reunión que mantuvieron los presidentes de las tres potencias vencedoras de la Segunda Guerra mundial, Truman, Stalin y Churchill, el 19 de julio de 1945. Gracias al empeño de este último y la indiferencia del presidente estadounidense, se decidió no hacer nada y permitir que el Régimen instaurado en 1939 continuase hasta la muerte de Franco[14]. Por tanto, tras ambos acontecimientos, en este momento, asumir que una deriva democrática no se iba a producir ni a corto ni a medio plazo era algo natural por los funcionarios del Estado y, por tanto, cualquier acto de proyección democrática y, por consiguiente, de antifranquista, tenía una especial valía.
Siguiendo nuestro hilo, la disputa dialéctica de diciembre de 1947 en defensa de la democracia frente a Díez-Alegría no fue algo aislado en Puente Ojea, sino que, en septiembre de 1949, Puente Ojea informa a la Asamblea de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas sobre las perspectivas de la Unión Europea, tras su participación a finales de enero en la Conferencia Europea de Estrasburgo[15]. Aparece recogido en un artículo titulado: «Informe de las conferencias europeas de Estrasburgo»[16]. En esta ocasión, Puente Ojea ante la plana mayor de la Asociación y, desde una posición democratacristiana, apuesta por el europeísmo de las democracias europeas que se encuentran creando el embrión de la futura Unión Europea.
El informe se inicia con el intento de determinación de los dos fundamentos sobre los que se asienta el recién nacido Consejo de Europa. El primero, en una perspectiva histórica, se remontaría a pensadores y políticos que idearon la estructuración jurídico-política colectiva de los pueblos europeos, con el fin de superar el viejo orden de la Cristiandad en torno a los emergentes Estados. El segundo, más inmediato en el tiempo, posee una orientación «culturalista» o intelectual, entre cuyos representantes sitúa a Romain Rolland[17], al conde de Keyserling[18] y a «nuestro Ortega y Gasset» [19], a los que enlaza con la sociología de M. Scheler o de M. Weber, como modos de buscar formas de convivencia de dimensiones supranacionales. Esta referencia a Ortega, así como las dos anteriores, no deja de ser una muestra sucinta de la voluntad de establecer lazos con las tradiciones pacifistas y demócratas o con la tradición liberal anterior a la Guerra Civil Española; además de una muestra solidaria ante el ostracismo al que es sometido Ortega en España sobre todo tras su regreso del exilio. Por tanto, de este modo tan liviano como explícito, queda clara la posición del diplomático en ciernes Gonzalo Puente Ojea, frente a la condena oficial al pensamiento de Ortega y a las polémicas difamatorias que, antes y después de su muerte ocurrida en octubre de 1955, encuentra expresando de este modo un inconformismo ético y literario que no supone sino la antesala temporal del inconformismo teórico, ideológico y político[20], en una búsqueda denodada por la verdad e inconformista ante la herencia recibida.
Primeros destinos diplomáticos: Marsella y Mendoza
Una vez ya ingresado en el cuerpo diplomático a finales de 1950, Puente Ojea tiene su primer destino en la ciudad francesa de Marsella como Cónsul Adjunto durante dos años, entre julio de 1952 y julio de 1954. Su estancia francesa va a suponer el punto de partida que le permitirá retomar su preocupación por elaborar teóricamente su creciente actitud de disidencia y le permitirá comenzar a alejarse del cristianismo eclesiástico en textos como «Situación del catolicismo en Francia»[21] (1954) o «Problemática del catolicismo actual»[22] (1955), aunque solo paulatinamente tomará conciencia de la progresiva divergencia que le llevará a romper con la fe recibida en torno a una década más tarde[23]. En este sentido, las palabras del propio Puente Ojea, desde la perspectiva de 1994, aclara muy bien el resultado de este primer destino:
Mi primer puesto profesional en Francia (1952) me descubrió nuevas perspectivas del pensamiento cristiano que, inicialmente, me parecieron esperanzadoras. Pasar de España a Francia era cambiar de meridiano intelectual. Comprendí que resultaba indispensable y urgente un conocimiento solvente de la tradición bíblica y de la historia de la dogmática cristiana. Me familiaricé con el pensamiento de J. Maritain y su reactualización del tomismo, y asimilé las nuevas directrices teológicas de H. de Lucac, de D. Chénu, G. Thils, J. Comblin, J. Daniélou y algunos más. Un libro que leí ávidamente, y me causó un gran impacto, fue el titulado Vraie et fausse reforme dansl’Eglise, de Y. Congar. Tuve entonces la impresión –que después había de parecerme ilusoria– de que las doctrinas cristianas podían purificarse mediante lo que por aquellos días se convirtió en la consigna: el ressourcement o retour aux sources. En este contexto, la revista La Vie Intellectuelle se convirtió en mi asidua lectura, porque había encontrado una vía practicable para salir del integrismo religioso tradicional y acceder a la posibilidad de remodelar la fe cristiana de acuerdo con las exigencias de una mente cultivada del siglo XX[24].
No obstante, Marsella no solo le permite abrirse a un catolicismo crítico absolutamente desconocido en el entorno del catolicismo patrio, neotomista y ontologista, tanto académico como extraacadémico del momento, sino que además comienza a conocer corrientes filosóficas como la fenomenología y el marxismo con autores casi desconocidos en la España del momento ‒y aún después‒ como el filósofo vietnamita, afincado en París, Tran Duc Thao. El resultado de todo ello fue, Fenomenología y marxismo en el pensamiento de Maurice Merleau-Ponty[25], una obra publicada en tres entregas entre 1956 y 1957 en la revista Cuadernos Hispanoamericanos, la única obra en español incluida en la bibliografía de la entrada «Merleau-Ponty» del Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora en su cuarta y quinta edición. Esta obra, alejada de la recepción del existencialismo y la fenomenología que en ese momento se hace en España, aborda también el pensamiento primero de autores que solo más tarde serían conocidos en tanto exponentes del postmodernismo, como Jean-François Lyotard.
Su siguiente destino diplomático fuera de España fue la ciudad argentina de Mendoza, como Cónsul General, entre noviembre de 1956 y febrero de 1960. Cuando Puente Ojea hizo balance intelectual de este destino y de su estancia general en Argentina, muchos años más tardes, dijo lo siguiente:
Mi traslado a la Argentina, a finales de 1956, alteró algo la línea de mis preocupaciones intelectuales y me brindó nuevos estímulos. Se me presentaron, al menos, tres nuevos polos de interés: la génesis de la aventura americana con su impulso colonizador; el proceso de dominación en el nuevo imperio ultramarino; y las peculiaridades de las sociedades del Nuevo Mundo, tanto del Norte como del Sur. Al lado de otras lecturas, los libros de Américo Castro y de Claudio Sánchez-Albornoz –con quien tuve un incidente sabrosísimo que no es éste el momento de relatar–, fueron ejes importantes de mi curiosidad en cuanto al primer tema. Aunque me había ocupado con mucha atención de la polémica sobre los títulos jurídicos de la Conquista y de la explotación indiana, cuando preparaba el temario cultural para mi ingreso en la Carrera, el contacto físico con la realidad americana me llevó a completar lecturas e información sobre el segundo de los temas mencionados. En cuanto al tercero, se despertó mi gran interés por la sociedad norteamericana porque, además de que las sociedades latinoamericanas presentaban algunos rasgos comunes con la del Norte –pese a su diverso origen y tradición cultural–, consideraba que la sociedad estadounidense, como estadio más avanzado en ciertas líneas de desarrollo de la civilización occidental, constituía, tendencialmente, el modelo de la futura organización social en el contexto del capitalismo. Comencé por leer la excelente introducción que brinda R. M. Williams en su obra American Society. A sociological interpretation, y seguí con los ya clásicos T. Veblen y G. Santayana, concentrándome luego en la contribución teórica de Talcott Parsons […] Max Weber, […] R. K. Merton, Wrigth Mills y D. Riesman. El estudio de la sociedad americana me condujo de modo natural al interés por conocer algo de antropología comparada y tipos de sociedades exóticas. Leí con fruición a R. Benedict, M. Mead y antropólogos más profesorales, tales como R. Lowie, G. P. Murdock, A. L. Kroeber y C. Kluckhom. Para conocer algo de la influencia del psicoanálisis sobre la teoría de la cultura, leí a E. Fromm, K. Horney, G. Ronheim y A. Kardiner[26].
Ese «incidente» del que nos habla con Claudio Sánchez Albornoz, y algún otro, son dignos de ser recuperados precisamente para nuestros intereses en este momento a la hora de describir el camino antifranquista de un diplomático profesional a finales de los años cincuenta. Prácticamente desde su llegada, la estancia en Mendoza estaría marcada por la reiterada acusación de «comunista y rojo» por parte de Alberto Puelles, miembro de la junta directiva del Círculo del Club Español de la ciudad, que en ese momento contaba con unos 30.000 españoles residentes. Por tanto, el Club español tenía una amplia influencia en Mendoza.
El primero de estos «incidentes» estuvo relacionado con la conferencia que Puente Ojea organizó en el Instituto de Cultura Hispánica sobre Historia de España y a la que había invitado al historiador español exiliado Claudio Sánchez-Albornoz, en ese momento presidente del Gobierno de la República Española en el exilio. Al final de la conferencia el reputado historiador, en contra de lo pactado con el Cónsul, lanzó a los asistentes, afectos a la dictadura española en su mayor parte, un alegato contra Franco, hecho que supuso un altercado y del que se culpó al organizador de la conferencia, que no se encontraba presente[27].
El segundo de estos «incidentes» se debió a la indicación que realizó Gonzalo Puente Ojea, en respuesta a una consulta sobre la conveniencia de mantener la foto de Franco en la entrada del Club Español de la ciudad. A su juicio, ésta debía retirarse porque no contribuía a la unión de la colonia española y podría ser objeto de aversión por parte de los españoles exiliados que visitasen el Club. Puelles aprovechó la presencia del Cónsul General de España en Buenos Aires, Miguel María de Lojendio Irure[28] y, en el transcurso de una comida de recepción organizada por Puente Ojea, espetó a Lojendio denunciando la opinión del Cónsul de su ciudad. Tras corroborar Lojendio el juicio de Puente Ojea, Puelles, hecho no esperaba viniendo de un excombatiente de la Guerra Civil española, le respondió: –¡Pero, fíjese usted, señor ministro[29]! Eso es como si en Argentina se mandase retirar de un edificio público la foto del presidente Frondizi[30]. M. M. de Lojendio, zanjó el asunto respondiéndole: –Ese me parece mal ejemplo, porque el residente Frondizi ocupa su cargo a partir de unas elecciones democráticas. El General Franco, en cambio, al ocupar su cargo a consecuencia de un levantamiento militar y una guerra civil, puede provocar división entre los que critiquen la falta de legitimidad de su elección. Semanas más tarde, enterado el director general del Instituto de Cultura Hispánica del incidente, Blas Piñar López[31], la opinión del Cónsul sería ratificada. El desencuentro terminó tras la charla que mantuvo Puente Ojea, en su despacho, con Puelles.
Además de estos dos acontecimientos, aún hay que sumar dos más que contribuyen igualmente a dibujar el perfil de aquel que, en palabras de Ramón Villanueva era un faro para aquellos pocos que apostaban y defendían públicamente la democracia en la carrera diplomática, también desde su destino en Mendoza.
El siguiente, ocurrido igualmente en la ciudad argentina, está relacionado con la conferencia que pronunció Puente Ojea el 29 de agosto de 1959, con motivo de la invitación que recibió por parte del director del Instituto Italo-Argentino de Cultura, Óscar Rutini, para hablar sobre el Renacimiento en España[32]. En el transcurso de esta conferencia[33], Puente Ojea realiza diversas referencias a la democracia y a la república que, en el contexto que acabamos de describir solo podía entenderse en una dirección. En primer lugar, Puente Ojea pone de relevancia el valor del vulgo frente al sabio propio del Renacimiento hispano, a diferencia del Renacimiento italiano.
Nada más lejano al espíritu español renacentista que aquella referencia de Petrarca a la masa «el vulgo, para el que prefiero ver desconocido que ser semejante». El carácter de la literatura nacional de entonces, el sentido democrático del Estado en la mejor teoría política de la época, son pruebas decisivas del lugar central del pueblo en la España del Renacimiento. Hagamos una breve digresión para señalar que el padre jesuita Mariana, cuyo libro De rege et regis institutione fue quemado en París el 8 de junio de 1610, declara que, «la dignidad real tiene su origen en la voluntad de la República», y justificaba el tiranicidio, llegando a estudiar la cuestión de cuál era el mejor método para llevarlo a cabo. […] Este sentido popular y democrático español está en la base de esa consideración realista de la existencia humana y de su drama[34].
Recuperando las palabras de Juan de Mariana en este contexto de mediados del siglo XX español, Puente Ojea critica al régimen que en su país acabó física, laboral e intelectualmente con toda forma de libertad y democracia. Incluso se atreve a recordar la teoría del tiranicidio que defiende Mariana. Más allá de ello, en esta misma conferencia, Puente Ojea hace referencia a la legítima separación iglesia-Estado citando ahora a Francisco Suárez, apunta a la invalidez de la «gracia de Dios» como origen del poder político pretendido por el nacionalcatolicismo del «Caudillo»:
El jesuita Francisco Suárez se opone violentamente en su libro Defensio Fidei a la teoría de la autoridad espiritual y del origen divino de los Reyes –profesada por el heresiarca Jacobo I de Inglaterra–. Lo mismo que para el Padre Mariana, para el Padre Suárez la autoridad civil no proviene de Dios, sino por mediación del pueblo, a quien era imputada formalmente la soberanía[35].
Una última cita de crítica velada al presente por medio de notas históricas, en el contexto de la Dictadura de Franco, la encontramos en la relación que establece, a través de fray Alonso de Castrillo, entre democracia, secularización y propiedad colectiva como origen de todos los males sociales, como idea precedente de las teorías defendidas más tarde por Rousseau o por Marx[36]:
Ya a comienzos del siglo XVI, Fray Alonso de Castrillo, trinitario, escribía en su Tratado de la República que ‘…todos los hombres nacen libres e iguales; nadie tiene derecho de mandar sobre otro y todas las cosas del mundo, por justicia natural, son comunes, siendo la violación de la ley natural y la institución de los patrimonios privados el origen de todos los males’.[…] La democracia, en su vertiente política, era reciamente completada, en su vertiente social, por pensadores como Juan Luis Vives, que hace apología de la comunidad de bienes en su De subventione pauperum (Brujas, 1526), inaugurando la doctrina de la democracia económica, pues su apología de la comunidad de bienes se inserta en una perspectiva de secularización de la caridad y la beneficencia[37].
Un último hecho de su etapa con destino en Mendoza como Cónsul General, aparece en forma de artículos, escritos ambos en 1957. El primero de ellos, «Liberalismo y democracia, vistos por un católico»[38], supone el primer testimonio de adscripción política de Puente Ojea, no vinculada a sigla alguna y no exenta de paradojas que expresan tanto su condición de diplomático y, por consiguiente, de funcionario público, como la condición del consabido entorno nacionalcatólico. A pesar de ello, su apuesta por la democracia es firme desde el principio definiendo la democracia como «la soberanía política del pueblo y de su voluntad expresada a través del sufragio universal»[39]. Unido a ello, considera que «esa voluntad no puede actuar en el vacío»[40] pues, el principio democrático no se demuestra a sí mismo. «La democracia solamente puede funcionar en un contexto ético y como actualizadora de una conciencia moral suficiente»[41]. Y ya al final del texto afirma: «el proceso electoral es el único cauce verdaderamente adecuado para la representación política en nuestra sociedad»[42]. En este sentido, tanto el párrafo inicial, como el final apuntan hacia una salida democrática a la Dictadura al hablar de «reconciliación», «sistema de convivencia política», «compromiso» o «mínimo ético suficiente para la convivencia».
En el segundo de sus artículos de este momento, Puente Ojea expresa sin peajes ni ambages de ningún tipo lo que en «Liberalismo y democracia…», cayó. Su título fue «Las bases teóricas del “Opus Dei”»[43], artículo firmado bajo pseudónimo «X.X.X.», escrito en 1957 y publicado un año más tarde en París a través de la revista Cuadernos del Congreso por la libertad de la cultura. En este texto encontramos el más nítido antifranquismo por medio de la crítica a lo que Puente Ojea entiende como el último vagón de enganche de la Dictadura: el grupo de ministros y agregados miembros todos de la organización ultracatólica Opus Dei. No es posible entender pues este texto como su contribución a las disputas internas libradas a cabo entre falangistas de diverso género y evolución, denominados habitualmente como «comprensivos» y «excluyentes» o como «instauracionistas» y «restauradores»[44]. En este sentido, el texto se abre con un solemne diagnóstico: «De contradicción en contradicción, de fracaso en fracaso, el régimen franquista desemboca hoy en una crisis de disolución, cuya fisonomía no puede ocultarse al pueblo por más tiempo. Los plazos se han cumplido»[45]. En el resto del texto, Puente Ojea desgrana los fundamentos teóricos y sus consecuencias prácticas de los que denomina «monárquicos tradicionalistas» de «talante fascista, embarcados, en cualquier caso, en una «delirante utopía […] inaplicable al contexto social de nuestro tiempo en cualquier país de Occidente»[46].
Juan Carlos de Borbón
En el epígrafe inicial, hemos hecho referencia a parte del contenido de su conferencia «El diplomático profesional» de 1962[47]. Al margen de su análisis sobre la condición del diplomático y su reflexión sobre su carácter técnico y ciudadano, tras la conferencia Puente Ojea aprovecha el turno de palabra durante el debate para referirse a la defensa del régimen franquista llevada a cabo ante Fidel Castro por parte del embajador español en la Habana, Juan Pablo de Lojendio[48]. Puente Ojea, en el turno de palabra ante los estudiantes hizo una leve crítica ante el hecho que le constaría el cargo a J. P. de Lojendio. Sin embargo, el director de Personal del Ministerio de Asuntos Exteriores, dando prueba de su amistad, le sugirió a Puente Ojea la conveniencia de tener un nuevo destino en el exterior, a pesar de haber sido recién nombrado jefe de la Sección de Política Cultural con el Mundo Árabe. De hecho, le ofreció un puesto en la Embajada en Atenas, dado que su nombre había sido el primero de una lista de candidatos enviada por el marqués de Luca de Tena[49] –sin duda gracias a la iniciativa de su amigo Fernández de la Mora[50]–, en vísperas de la boda de los futuros príncipes de Asturias y futuros monarcas de España. La perspectiva de conocer Grecia le sedujo y aceptó[51].
En Atenas Puente Ojea tuvo la oportunidad de entrevistarse en sucesivas ocasiones con el futuro sucesor de Franco. De estos encuentros ofrece Puente Ojea significativas indicaciones sobre el carácter y la personalidad política y cultural del futuro jefe de Estado español en sus «Apuntes para una autobiografía» incluidos en Elogio del Ateísmo:
En el otoño de 1962, habiéndome quedado interinamente de Encargado de Negocios de la Embajada de España en Atenas, tuve la oportunidad de conversar frecuentemente, sin testigos, con el príncipe Juan Carlos[52]. Recuerdo muy bien que, ya en nuestros primeros diálogos, me chocó su contundente apología de la persona de Franco, y su manifiesta adhesión a las ideas de su maestro L. López Rodó sobre la política que debía hacerse y venía haciéndose en España. Había asimilado la mentalidad desarrollista de éste y la filosofía política que luego G. Fernández de la Mora designaba como el Estado de Obras. Mostraba gran indiferencia sobre el mundo de la cultura y una notable insensibilidad ante los graves problemas derivados del sangriento enfrentamiento civil de 1936, ante la crueldad represiva de la dictadura franquista y la destrucción de las libertades. No era beato, pero sí piadoso y temeroso de Dios al estilo tradicional. Aunque mi trato con él fue siempre de respeto y cordialidad, le hice notar desde el principio mi republicanismo, y anoto su reacción: «Eso no tiene importancia, Gonzalo; en España no hay monárquicos», con lo que concedía algo más que lo que mostraba la realidad. Quedé desagradablemente sorprendido de su escasa atención a las convicciones constitucionales de su padre, y me pareció evidente que desestimaba la convicción que abrigaba el Conde de Barcelona de que una restauración monárquica debería y tendría que pasar por una ruptura formal con la pseudolegitimidad del Estado surgido de una contienda civil fraticida –lo cual también comportaba para el Conde, me imagino, una consulta popular sobre la forma de Gobierno, o de Estado, como otros prefieren decir–. Varias veces le señalé que las condiciones que fijaba acertadamente su padre eran, democráticamente hablando, insoslayables, a lo cual me respondía invariablemente que él no compartía ese planteamiento y que creía en una vía intermedia –usando a menudo la expresiva locución británica fifty-fifty– que no pusiera en cuestión los fundamentos del régimen[53].
Ideología e historia
Dando un pequeño salto de una década en el recorrido por su actividad como opositor al régimen desde su puesto de diplomático, encontramos ahora la confluencia con su actividad intelectual. En 1972, como resultado del prolongado contencioso que mantenía con la fe católica desde su juventud y embarcado en el proyecto desde dos años atrás, Puente Ojea termina de escribir una obra que identifica como el ajuste de cuentas personal con el franquismo por medio de la revisión de las bases dogmáticas de la formación del cristianismo como fenómeno estrictamente ideológico, en un díptico que, por motivos editoriales[54], aparecería en dos obras distintas, pero que está concebida como unidad, donde la primera parte está dedicada al estoicismo y la segunda al cristianismo, ambas a partir de las bases metodológicas del materialismo histórico. De este modo, para Puente Ojea, estoicismo y cristianismo se van conformando a lo largo del tiempo como fenómenos ideológicos adaptables a las diferentes circunstancias y necesidades[55].
Frente a la larga tradición de la literatura y el ensayo anticlerical español ‒cuya tarea juzga Puente Ojea como justa y necesaria en cuanto supone una denuncia de la inmoralidad y los delitos cometidos‒, y al mismo tiempo frente a la exitosa falacia de petición de principio que supone admitir que se hace imprescindible distinguir entre la institución ‒divina e inmaculada‒, y sus ministros ‒humanos y, en consecuencia, pecadores, Puente argumenta lo siguiente:
[…] con evidencia que una catharsis de la conciencia de los fieles exigía pasar de los síntomas visibles de corrupción moral de la Iglesia a sus causas, y que éstas se situaban en una malformación genética de la doctrina y estructura de este perverso organismo histórico-cultural. Explicar esta malformación no acabaría con el poder de la Iglesia y la adhesión de su grey, pero podría ir debilitando una y otra mediante ese trabajo sordo y lento que caracteriza a la acción de las ideas. Un conocimiento suficiente de la matriz histórica de la fe cristiana no sólo explicaría las escandalosas prácticas de un poder eclesiástico fundado en el uso oportunista de un legado ideológico híbrido y ambiguo, sino también la falsedad de títulos supuestamente divinos pero realmente derivados de una colosal tergiversación de la figura del mesianista galileo, operada por sus seguidores inmediatos, después de ásperas polémicas en las que sucesos imprevisibles y la energía de ciertas personalidades –a comenzar por Pablo, el gran fabulador– inclinaran la balanza a favor de la edificación de una nova fides. En suma, había que poner el hacha en las raíces, no en las ramas. Había que mostrar cómo la intolerancia semítica de la mentalidad mesiánica se había injertado eficazmente en la tradición helenística de la religiosidad mistérica, para acabar erigiendo un orden universal de dominación que jamás había conocido hasta entonces la humanidad, en cuyo seno se ejerció sinuosamente, pero de modo permanente, aunque inconfesado, la máxima de que el fin justifica los medios, porque la miseria de los hombres debe ponerse al servicio de la gloria de Dios. Frente a la retórica del amor universal, los hechos de unas estructuras institucionales que habían asumido la intolerancia constitutiva del pueblo elegido demuestran cómo todos sus métodos fueron practicados por la Iglesia en su furor proselitista, en virtud del cual se produjo la paradójica transmutación de un exclusivismo que dejaba fuera del reino de Dios a los no-judíos –un exclusivismo por discriminación y marginación– en un exclusivismo que imponía la conversión a la nueva fe como imperativo del reino de la Iglesia –un exclusivismo por absorción: extra ecclesiam nulla salus[56].
Por consiguiente, ante la falta de disposición e incapacidad personal para poner bombas frente a la Dictadura de Franco, Puente Ojea identifica el origen del cristianismo como la fuente última de legitimación de un régimen de cruzada levantado ideológicamente sobre unas pretensiones de verdad erróneas y, además, falsas. Al margen de toda la senda historiográfica que inaugura en el ámbito hispano para distinguir entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe y hacer posible una exégesis no apologética y metodológicamente independiente[57], Ideología e historia podemos identificarlo como la obra que cuestiona con mayor fundamento el dispositivo ideológico de la Dictadura de Franco.
La nueva historiografía hispanista francesa
Desde el ámbito de la política cultural española, donde Puente Ojea siempre actuó como miembro del cuerpo diplomático, a partir de septiembre de 1975 con un nuevo destino en París, como encargado de los Asuntos Culturales de la embajada de España en Francia, Puente Ojea contribuye de una forma decisiva a la renovación del hispanismo francés muy receloso hasta ese momento de una historiografía española anclada en el frentismo guerracivilista, el imaginario imperial y un rancio clericalismo[58]. Entre su contribución a la renovación del hispanismo francés y su aproximación al hispanismo proveniente de la propia España, destaca la fundación y dinamización de la Bibliothèque Espagnole, cuya actividad concitó las contribuciones de jóvenes hispanistas como Alain Guy, Jacques Lafaye, Agustín Redondo, Joseph Pérez, Edmond Cros, Albert Dérozier, Marcel Durliat, Marcel Rimpault o Henry Mèchoulan ‒traductor de Ideología e Historia. La formación del cristianismo como fenómeno ideológico, algunos años más tarde[59]. Además de contribuir al impulso del nuevo hispanismo galo, la Biblioteca Española se convirtió en centro cultural de referencia de la comunidad intelectual española en París, algunos de cuyos nombres más destacados son Vicente García Cárcel, Gabriel Albiac, Jacobo Muñoz o Carlos García Gual.
Con un nuevo destino el 20 de abril de 1980 como Cónsul General de Chicago, en Estados Unidos, Puente Ojea fue despedido con un homenaje por parte del conjunto del hispanismo francés en las Universidades galas y como expresión del nuevo impulso que los Études Hispaniques habían recibido por su parte, recibido en mayo de 1980 en la Sorbona de París. Según consta en el diario El País:
La universidad francesa de la Sorbona rindió, el pasado 21 de mayo, un homenaje en París al diplomático e intelectual español Gonzalo Puente Ojea por su labor en favor de la cultura como agregado cultural de la embajada de España en París y ante la inminente salida del diplomático español de Francia, ya que ha sido nombrado cónsul general de España en Chicago. En el acto, que se celebró en el club universitario de la Sorbona, estuvieron presentes, entre otros, los hispanistas Pierre Vilar, Agustín Redondo y Jacques Lafaye. El historiador Paul Guinard entregó al señor Puente un grabado de Chapuy del París antiguo. Gonzalo Puente Ojea inauguró hace cinco años una nueva etapa de relaciones culturales, coincidiendo con la apertura política. Concretamente el agregado de relaciones culturales de la embajada española estableció una intensa cooperación con la Sociedad de Hispanistas franceses y con otros 33 departamentos de español de la universidad francesa[60].
La llamada «Transición a la Democracia»
De forma paralela, mientras tanto, los acontecimientos en España se precipitaban a partir de noviembre de 1975. Puente Ojea, consciente del momento decisivo escribe ya en 1976, «Las revoluciones marxistas y la validez del sufragio universal. (Al margen de la Revolución Portuguesa»[61], artículo publicado en 1977 en la revista Zona Abierta. El texto ‒al margen de todo el análisis sobre esta época que Puente Ojea desarrolla a partir de «La llamada “transición a la democracia” en España. Del confesionalismo al Criptoconfesionalismo, una nueva forma de hegemonía de la Iglesia»[62], del que ya se ocupa en este mismo volumen Joan Carles Marset[63]‒ tiene como objetivo fundamental reflexionar y cuestionar en «creer que puede existir un ejercicio real y auténtico de una libertad universal y abstracta, tal y como está consagrada en los códigos políticos burgueses»[64]. En este sentido, es posible afirmar que este texto de Puente Ojea supone, sino la primera, de las primeras refutaciones de la teoría del consenso desde el mismo momento de su gestación, como marco del relato de la continuidad entre la legalidad y la nueva legalidad después de 40 años de «victoria nacionalcatólica».
Aunque las citas sean extensas, suponen una expresión insoslayable de la voluntad constante del filósofo detrás del diplomático profesional, no solo en su búsqueda de la verdad, sino en su esfuerzo permanente por compartir su perspectiva:
La sanción legal de una norma absoluta de libertad universal de expresión y propaganda ideológicas en el curso de la revolución, propugnando modelos sociales dispares o antagónicos, se apoya, teóricamente, según la doctrina marxista, en los sofismas del formalismo ético e ignora el fenómeno básico y determinante en las sociedades clasistas, a saber, que el hombre de dichas sociedades se mueve constitutivamente en el ámbito de una conciencia alienada como resultado de la atmósfera ideológica impuesta y sostenida por las clases dominantes. No existe la posibilidad de una opción política libre desde una situación moral e intelectual condicionada a priori por un sistema coherente de dominación. Las reglas del juego democrático no operan en una situación neutra en la que todo esté por decidir, sino en una situación en la que las estructuras básicas del conocimiento y de la acción están ya establecidas y sólidamente apuntaladas por un sistema ideológico que se caracteriza precisamente por la legitimación de aquellos impulsos egoístas y mecanismos instintivos que constituyen el tipo de humanidad que ha ido forjando un pasado histórico definido por el hambre, el miedo la propiedad y la explotación. El tránsito de una sociedad de clases a una sociedad sin clases no puede realizarse en un marco de vigencias ideológicas promovidas y sostenidas precisamente por las clases cuya dominación se trata de destruir; es decir, unas vigencias ideológicas afectadas por su dependencia e instrumentalidad respecto de los intereses sociales de estas clases, a las que sirven y pretenden legitimar. Esas vigencias ideológicas, que han ido decantándose y depurándose en hábiles formulaciones de apariencia inocente en un proceso multisecular, han logrado imponer un extenso sistema de pautas valorativas y saberes populares que impregnan hasta sus raíces la vida cotidiana de la sociedad de clases. Lo que es el resultado de una paciente y perseverante construcción mental de la imagen social se toma en esta sociedad como la genuina realidad, como lo obvio y evidente. El ejercicio del sufragio universal resulta así viciado en el umbral mismo de la conciencia individual de los electores[65].
«No existe la posibilidad de una opción política libre desde una situación moral e intelectual condicionada a priori por un sistema coherente de dominación» o, dicho de otra manera: sin una auténtica y plural libertad de elección no es posible legitimidad alguna de un pacto político, pues cuando el consenso aparece en la puerta, la libertad de conciencia es arrojada por la ventana.
Los marxistas no pueden aceptar, apodícticamente y en términos absolutos, la ley formal de las mayorías electorales nacidas del sufragio universal en las sociedades burguesas. Privilegiar sin reservas esta técnica de formación de la voluntad política sería para ellos renunciar a priori a su designio de superación de la sociedad de clases. En una sociedad así, la masa electoral es, por definición, una masa humana alienada, condicionada y manipulada por los potentes y sutiles mecanismos enmascaradores y las insidiosas técnicas de la persuasión clandestina del mundo capitalista. Una conciencia alienada no puede controlar racionalmente la compleja trama de motivaciones y solicitaciones en que se desenvuelve el proceso electoral. Sólo una conciencia liberada de los condicionamientos ideológicos impuestos por las sociedades de clase podría representarse lúcidamente el significado alienante de estas sociedades y las exigencias políticas de una superación de las mismas[66]. […] La mecánica del sufragio universal impedirá probablemente la formación de mayorías de vocación revolucionaria efectiva; y si un conjunto de circunstancias excepcionales hace posible en un momento dado la formación de una mayoría de ese carácter, es probable que no sea posible mantener en las sucesivas consultas electorales una mayoría estable y consolidada que garantice la continuidad del dilatado proceso de construcción de una sociedad en tránsito hacia el socialismo integral. Este proceso, por su propia naturaleza, no sólo no admite interrupciones contrarrevolucionarias, sino que exige una indomable voluntad política de transformación social permanente en una lucha incesante contra el atrincheramiento de renovados intereses sectoriales, pues sólo una sostenida voluntad política de este género permitirá la progresiva superación de las formidables contradicciones objetivas y subjetivas que se oponen a la cancelación de lo que Marx calificó de prehistoria de la humanidad. Es utópico pensar que sin ciertas formas de coerción y vigilancia pueda llevarse a término una empresa de tal magnitud. No sólo en sus comienzos, sino a lo largo de todo el proceso, una política de tránsito al socialismo tiene que dotarse de todos los recursos institucionales que, contando siempre con el consenso mayoritario de los partidos y grupos que posean conciencia proletaria, le garanticen la posesión del poder frente a los enemigos de clase[67]. […] El error radica en creer que puede existir un avance revolucionario en el plano político sin los correspondientes procesos de cambio en el plano de las relaciones de producción, las estructuras políticas revisten una importancia de primer orden, pero no poseen una legalidad autónoma[68]. […] En la actualidad, el movimiento marxista muestra una clara tendencia a aceptar el juego electoral burgués con todas sus consecuencias. Aunque para varios grupos marxistas esta actitud sigue constituyendo una prueba de cretinismo parlamentario –en frase del fundador de la doctrina–, para los partidos comunistas clásicos de algunos de los países con mayor desarrollo económico y más profundas tradiciones parlamentarias el acatamiento a la ley del sufragio universal constituye ahora una condición necesaria que debe ser libremente asumida por todos sin excepción. ¿Es viable para los partidos comunistas esta política, en términos absolutos?... En todo caso, hay que decir que se trataría de una línea de acción extra lectionem, si no contra lectionem, una línea táctica que renunciaría a utilizar parte de un legado teórico de antropología política que ha constituido hasta la fecha una gran fuerza, y a veces también una debilidad, de los movimientos marxistas[69].
De este modo, Puente Ojea critica lo que denomina ya como «cretinismo parlamentario», apelando al valor y a la necesidad de la movilización popular como elemento imprescindible para un nuevo pacto social sin prescindir de la memoria democrática que debería haber permitido la actualización de la democracia española nacida en 1931. Ya en otro lugar concluía que este texto puenteojeano «supone toda una advertencia del desencanto que llegaría a producir la llamada «transición» realizada bajo el reclamo de democracia del consenso»[70]. Otros como Antonio García-Trevijano[71], Joan E. Garcés[72], Joaquín Navarro Estevan[73] o, incluso antes de 1975, Manuel Pérez Martínez, conocido como «Camarada Arenas»[74], ya se situaron en la misma línea que Puente Ojea[75].
Desde el Ministerio de Asuntos Exteriores
Una vez finalizado oficialmente el franquismo, Puente Ojea va a centrar su foco de atención, su reflexión y su denuncia en lo que denomina como Criptoconfesionalismo, el confesionalismo velado o encubierto que supondrá una hegemonía renovada para la iglesia católica española, ya sin el «lastre» de la Dictadura de Franco.
La cuestión ahora que no es posible evitar es: después de la conciencia clara sobre la llamada «transición a la democracia» expuesta a través del artículo «Las revoluciones marxistas y la validez del sufragio universal…», ¿cómo llega a ser Puente Ojea miembro destacado del Ministerio de Asuntos Exteriores durante el primer gobierno de Felipe González? La pregunta se plantea no ya por conocer el procedimiento de acceso o nombramiento, sino por el sentido que el hecho posee en su trayectoria profesional como intelectual comprometido. Es más, la respuesta también permitirá entender el porqué una vez cesado como subsecretario de Estado de Exteriores, solicitó la embajada en la Santa Sede vacante, como próximo destino diplomático.
Comencemos por la pregunta que nos planteamos ahora. En 1982, tras el triunfo del Partido Socialista Obrero Español (psoe), un grupo de diplomáticos, encabezados por Fernando Morán, desembarcaría en el Ministerio de Asuntos Exteriores, entre los cuales destacaba Gonzalo Puente Ojea. Ya antes de ser nombrado, algunos de sus miembros fueron tanteados para su incorporación en una reunión que mantuvieron con el vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra. Puente Ojea, en una misiva, declinó la invitación hecha por su compañero Ricardo Peidró Conde[76] , mostrándole los motivos de su reticencia al objetivo de la entrevista. La carta completa, reproducida en El desafío ateo de Puente Ojea[77], contiene algunos pasajes que responden de forma diáfana a la cuestión.
Solo con voluntad de vencer una íntima repugnancia nos inscribimos en el Partido, sabiendo muy bien lo que éste podía dar de sí, previendo sus «parafernalia» de cesiones, para misos y espurias alianzas presentes y futuras. Por muy indignante que ahora nos resulte el juego del Condesito con la complicidad del propio Partido […], la cosa era previsible, incluso «cantada»[78].
Y unas líneas más adelante en referencia a Felipe González y al carácter que imprime a la cúpula del psoe, Puente Ojea prevé cómo será tratado tanto él como el previsto desembarco de miembros del cuerpo diplomático en el ministerio de exteriores.
[…] joventurquismo, carencia de ideología precisa, populismo difuso con que se adorna de vez en cuando la burguesía o el estamento nobiliario de nuestro país, tragaderas para aceptar el papel de boot-licker[79], personalidad gris apta para insertarse en cualquier aparato de poder como un canto rodado. Frente a él, quizás hayan intuido en el propio Partido que nosotros representamos la «peligrosa» ideología de un socialismo más riguroso, de un marxismo vergonzante, de una edad y experiencia –algunos de nosotros, al menos– que nos convierte en cuerpos extraños dentro de un Partido que, realmente, comienza «exnovo» con las aventuras de Isidoro[80] y los manes[81] de las gentes de Cuadernos para el Diálogo[82].
Y no se equivocó nada Puente Ojea: primero fue cesado Ramón Villanueva en 1983, posteriormente el propio ministro, Fernando Morán, en 1985[83]. Finalmente, de forma ignominiosa, Puente Ojea, en 1987. Pero esto nos conduce ya a su embajada ante la Santa Sede que es el punto de partida ‒y será también el de llegada– de nuestra semblanza. Antes debemos abordar su labor como subsecretario de Asuntos Exteriores del Ministerio.
Defensa del laicismo y crítica del criptoconfesionalismo
Desde el Ministerio de Asuntos Exteriores, entre 1982 y 1985 –además de posicionarse públicamente a favor de los Países No Alineados y contra la plena integración en la Organización del Tratado del Atlántico Norte[84]–, Puente Ojea denunció internamente lo que entendió ya como la deriva criptoconfesional del gobierno del psoe y del Estado español.
Dependiente de la subsecretaría de Exteriores que él ostentaba, se encontraba la Dirección de Asuntos de la Santa Sede. Esta Dirección creó una Comisión encargada de establecer una relación bilateral entre el Estado y la iglesia católica. En cuanto Puente Ojea tuvo noticia de la primera reunión mantenida por la Comisión, consideró oportuno escribir una carta al que en aquel momento era director general de Asuntos Religiosos, Gustavo Suárez Pertierra, encargado de ejecutar las decisiones de la Comisión. La carta recogida íntegra en El desafío ateo de Puente Ojea[85], denuncia la concesión que supone esa Comisión a la hora de negociar globalmente y de igual a igual con la iglesia católica, situándose, incluso, más allá de los Acuerdos entre España y la Santa Sede. «La Iglesia Católica en España dependerá considerablemente de lo que el Estado quiera concederle»[86], afirma Puente Ojea y continúa,
[…] no parece fácil en una nación como la nuestra, conciliar la laicidad del Estado con el privilegio que comporta negociar entre iguales, al menos formalmente, con la Institución Eclesiástica. Porque la Conferencia Episcopal no es el Estado Vaticano, sino una persona jurídica reconocida por la ley en el marco de la normativa prevista para esta clase de sujetos jurídicos. Instituir una gran Comisión Mixta Estado-Iglesia equivale a formalizar una relación que desvirtúa la naturaleza que la norma constitucional confiere a cualquier institución religiosa[87].
Como muestra de la deriva criptoconfesional desde el primer gobierno del psoe, es significativa la anécdota que cuenta Alfonso Guerra, en la segunda parte de sus memorias. Recuerda cómo, recién llegado a la Vicepresidencia del Gobierno, recibió la llamada de un obispo que requería una relación con el psoe. Guerra le advirtió que obispos y socialistas tenían una relación establecida con Gregorio Peces Barba y Reyes Mate. Y la respuesta del obispo, dice Alfonso Guerra, fue sarcástica: «Ya, pero esos son los nuestros; nosotros queremos hablar con el enemigo»[88]. No existió el interlocutor enemigo, sino el cómplice, además de la lucha desde dentro del algunos servidores del Estado, como Puente Ojea, ejerciendo la responsabilidad de señalar los peligros que se derivaban de los planteamientos adoptados por el gobierno español, pero con un rango político de escasa o nula influencia en la relación ente el Estado y la iglesia católica[89].
No obstante, el culmen en la defensa del principio de laicidad y su desencuentro definitivo con el psoe y su entorno mediático dominado por el grupo Promotora de Informaciones Sociedad Anónima (prisa), dueño de El País, se produjo una vez que el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, fue cesado y fue reemplazado por Francisco Fernández Ordoñez –que había sido ya ministro de Justicia y de Hacienda con los gobiernos de la Unión de Centro Democrático (ucd)[90].
Ante la remodelación del ministerio de Exteriores, Puente Ojea al recuperar sus tareas diplomáticas tiene el derecho de elegir destino. Aunque Cuba siempre había sido un puesto al que aspiraba –ya fuera como Cónsul General, ya fuera como Embajador–, debido a su vínculo afectivo con el lugar donde se encontraba su padre fallecido y con el lugar que le vio nacer, parece que esa tampoco era la oportunidad esperada pues no había vacante alguna. Sin embargo, sí se encontraba vacante la embajada ante la Santa Sede, puesto particularmente atractivo desde el punto de vista geopolítico a mediados de los años ochenta y más ocupando el vicariato de Cristo, Karol Wojtyla, de origen polaco. Dado que lo habitual era conceder el destino solicitado por el diplomático de carrera una vez que había abandonado el alto cargo del Ministerio, el gobierno accedió a su solicitud.
El Vaticano, sin embargo, en un acto poco habitual, retrasó la concesión del placet, lo cual desató la especulación de la prensa conservadora[91] española sobre la propuesta del gobierno socialista de enviar a un marxista, agnóstico o ateo como embajador ante la Santa Sede. Finalmente, el placet se produjo y Puente Ojea ocupó su puesto desde el día 2 de octubre de 1985[92].
Más allá del interés estrictamente profesional, ¿supone la solicitud del puesto por parte de Puente Ojea un incomprensible reconocimiento del pretendido Estado de la Santa Sede?[93]. ¿Qué sentido tiene para la defensa del laicismo el solicitar un puesto de embajador ante una institución religiosa? ¿Acaso Puente Ojea tenía dudas sobre la anomalía del derecho internacional capaz de admitir un ente denominado Santa Sede? No parece que la incoherencia o la ingenuidad aparezcan en este empeño, sino todo lo contrario. Consciente de su poder e influencia, Puente Ojea, ajeno a planteamientos maximalistas, supo ver que el mejor lugar para contribuir a intentar modificar la inercia histórica entre el Estado español y el Vaticano afirmando la condición soberana de España, era desde dentro, ejerciendo su labor desde la responsabilidad, el conocimiento de sus funciones y el cumplimiento de sus deberes en el ejercicio de la misión para la que fue propuesto.
Pocos días después de su cese a finales de agosto de 1987, respondía así a la pregunta de un periodista sobre los motivos que le impulsaron a desear su misión en Roma:
Dos razones principales. La primera radica en mi creencia de que el primer gobierno socialista que ha tenido España dentro de un sistema democrático, podría y debía subrayar su independencia en la nueva coyuntura política de nuestro país mediante el nombramiento de un diplomático profesional que es además miembro del psoe. La segunda, el hecho de considerarme con algún conocimiento especial de la historia de la Iglesia y de las relaciones de la Santa Sede con el Estado español. Considero que ambas razones habrán constituido también las motivaciones del Gobierno para mi designación[94].
Una década después de su embajada ante la Santa Sede y alejado por tanto del foco público, el propio Puente Ojea reflexionaba así sobre su solicitud:
Al solicitar y obtener ese puesto no perseguía coronar mi carrera con un final brillante, sino cumplir mi firme proyecto de mostrar de modo público y bien visible que la España oficial había dejado de ser católica –aunque ciertas ambigüedades de la redacción del artículo 16 de la Constitución dejaron la puerta abierta a las viciosas prácticas cripto-confesionales de los Gobiernos que se sucedieron desde 1978–. De esta manera, tuve el honor de protagonizar un capítulo inédito de la soberanía del Estado español ante la Iglesia romana[95].
Un «capítulo inédito» protagonizado a costa del honor de su condición de diplomático con una trayectoria encomiable y, lo que es aún peor, a costa de la continuidad en el sometimiento de la soberanía española a los intereses insaciables de la iglesia católica. Al menos, sí es posible reconocer en su intervención posterior a su cese[96] la repercusión social y mediática que supone la recuperación del debate público en España sobre el Estado laico[97].
Finalmente, aunque en principio sea una cuestión secundaria para nuestros intereses en este momento, ocupémonos de las razones de su cese como Embajador ante la Santa Sede. Para empezar, ciertas razones oficiales de las que la prensa se hizo eco rápidamente podemos descartarlas por absurdas. Por ejemplo, ¿tuvo algo que ver su cese con su divorcio, como solicitó la Santa Sede? En primer lugar, en el momento en que Puente Ojea fue cesado, había una docena de embajadores con el mismo estado civil que él. Ninguno vio comprometido en modo alguno su puesto. En segundo lugar, con el gobierno de ucd en 1981, se había aprobado la ley del divorcio[98]. La pregunta, entonces, es: ¿de verdad un gobierno soberano cesa a un funcionario por cumplir con la legislación vigente en su propio país? ¿O es que acaso asume las normas del derecho canónico y de la doctrina moral de la iglesia católica, incluso cuando contradice su propio derecho civil? Es más, ¿dónde dejaría este argumento la moral sexual del clero español –y del resto del mundo– incluida la curia romana?
Otra de las razones aducidas oficialmente para su cese fue la de ineficacia o aislamiento[99], acusación que no corresponde a la verdad toda vez que jamás se hizo tal referencia con anterioridad a su cese, sino solo a posteriori, ni por parte del Vaticano, ni de la Conferencia Episcopal española, ni del ministro Fernández Ordóñez que es quien utilizó este argumento.
Una tercera razón aducida fue la condición de ateo/agnóstico de Puente Ojea que ya utilizó la prensa española antes de la concesión de su placet por parte de la Santa Sede. ¿No es este argumento un modo de evidenciar y asumir que los discursos y homilías del sumo pontífice posteriores al Concilio Vaticano ii en favor de los derechos humanos, el respeto al fuero interno de la conciencia y a la libertad de opciones son discursos falsos? Es más, entonces ¿necesitaría el embajador de Estados Unidos en la Unión Soviética ser comunista?
La cuestión importante, al margen de cualquier tipo de razón –aunque no renunciamos a ella– es la siguiente: ¿cómo debemos explicar la facilidad y la premura con que el gobierno del psoe accedió a la petición vaticana sobre el relevo del embajador? La respuesta que el propio Puente Ojea ofreció en su momento resulta no solo asumible sino válida. El problema es la falta de reflexión política que conduce a la pusilanimidad y a la pérdida de dignidad del Estado español ante los designios de un ente soberano externo y la actitud de debilidad y temor que encubren un complejo de inferioridad que perdura a lo largo del tiempo[100]. La debilidad que aún se mantuvo a raya en el siglo XVIII y XIX y su política eclesiástica de corte regalista, comenzando ya por Melchor Rafael de Macanaz[101] y su Pedimento fiscal… (1713); el temor a sufrir la ira y la indisposición del poder eclesiástico hacia el poder político, perdiendo su legitimación o, aún peor, el favor de sus abanderados; el complejo de inferioridad a la hora de negociar con un ente jurídico inexistente que tiene el único poder que se le concede en el orden internacional y en el orden bilateral.
Una doble pregunta final: ¿para qué sirvieron todas las razones esgrimidas oficialmente y cuál es el detonante real de su cese? Todas las razones ya señaladas ejercieron la perfecta función de distraer el foco de atención ante la opinión pública y, de no haber sido por el propio Puente Ojea que no dudó en hacerse presente en los medios de comunicación para hacer valer su actuación y el agravio al que había sido sometido por el gobierno español, el trasfondo auténtico de su cese nunca hubiese aparecido. Este es el confesionalismo velado y el antilaicismo en los que España vive instalada tras los Acuerdos con la Santa Sede 1976 y 1979, el artículo 16 de la Constitución española y la Ley de Libertad Religiosa de 1980.
Ahora bien, aunque todo el empeño de Puente Ojea por denunciar los motivos de su cese tienen un indudable interés para todos aquellos que deseen conocer su misión diplomática en el Vaticano desde un punto de vista profesional y personal, donde este hecho toma relieve y permite valorar su figura en toda su dimensión es cuando descubrimos el «alcance político e ideológico en el marco de nuestra historia colectiva»[102]. Este alcance político e ideológico presenta una razón pública no señalada de forma principal en su momento[103]. La primera vez que Puente Ojea habla de ella de forma directa es en la siguiente entrevista donde afirma lo siguiente:
En lo que se refiere a mi estancia en el Vaticano, le diré que, en relación con la manera deshonrosa con que el Gobierno decidió mi cese en el cargo en la embajada en la Santa Sede, se debe a algo que quizás no esté claramente expuesto siquiera en mi libro Mi embajada en la Santa Sede. El tema es el siguiente. Se avecinaba la primera beatificación de las mártires católicas en la llamada cruzada de 1936 (en la Guerra Civil), de unas monjitas de Guadalajara que fueron tiroteadas por la espalda por unos milicianos descontrolados. Este hecho que coincidió con el término de mi primer año de mi misión ante la Santa Sede, me situó en una posición compleja. Mi gobierno me pedía que expresase mi opinión sobre cuál debería ser la jerarquía del jefe y demás miembros de la delegación enviada por el Rey y el Gobierno de España a las ceremonias de beatificación. Mi deseo de ser sincero –una exigencia profesional– y el requerimiento de mi propio Gobierno, me llevó a no extremar, pero no disimular, mi posición: le dije a mi Gobierno que debía rebajarse la jerarquía de la persona que presidiera esa delegación a un miembro que no fuera del Gobierno, es decir, del poder legislativo. Se trataba de adecuar el rango de la representación a la importancia del acto. El vicesecretario de estado de la Santa Sede, monseñor Martínez Somalo, me rogó que yo recomendase al ministro de Asuntos Exteriores, de no ser el propio presidente del Gobierno o, en su defecto, al ministro de Justicia; y, en último término, a un ministro del Gobierno. Yo repliqué que el acto era inamistoso frente a un Gobierno que había cedido ante toda suerte de pretensiones de la Santa Sede. Este fue el principio de mi desgracia, si se puede considerar desgracia el hecho de abandonar un puesto en el que ya había hecho lo que tenía que hacer y no representaba ningún beneficio profesional interesante. En vista de eso, la Santa Sede inició una campaña de maledicencia contra mí, acusándome de haber interpuesto una demanda de divorcio contra mi primera esposa, y, alrededor de eso, se tejió una continua campaña igual que la que había precedido mi nombramiento para que el Gobierno se sintiese amenazado en sus éxitos electorales y por lo tanto aceptase que fuera yo destituido de mi cargo. Y así ocurrió en último término para vergüenza de ese Gobierno y para detrimento y daño evidente de la vocación laicista de la inmensa mayoría del pueblo español[104].
Aunque cabría hacer algún matiz para hacer una descripción completa de la situación[105], de forma abreviada, el asunto de la solicitud de «beatificaciones de mártires de la Guerra Civil española» largamente exigido por el clero español desde principios de los años 40, frente al criterio de todos los Papas precedentes –Pio XII, Juan XXIII y Pablo VI, que lo estimaron una toma de partida ilegítima por uno de los contendientes– el Papa Juan Pablo II consideró conveniente iniciarlo. Puente Ojea, como Embajador, consideró que no debía atender las exigencias vaticanas para informar de la necesidad de la máxima representación política en el acto de beatificación, por considerarlas el origen de un conflicto innecesario y una injerencia ilegítima, y manifestó la conveniencia de una representación política de segundo rango, que el Gobierno atendió puntualmente. El conservadurismo católico, nacional y romano, lo entendió como una afrenta y presionó al gobierno socialista para cesar al Embajador[106]. En esa presión, por supuesto, no estaba en juego principalmente el cargo del diplomático Puente Ojea, sino la dimensión política de hacer prevalecer el criterio vaticano frente a un Gobierno socialista, especialmente en el terrero de la laicidad del Estado[107].
Este terreno, el del Estado laico, además, no sólo tenía el aspecto de la asistencia de cargos de representación pública a beatificaciones en calidad de tales –que hace referencia a un ámbito simbólico-histórico– sino también a un aspecto económico: Puente Ojea conocía muy bien la trastienda de los intereses del Estado Vaticano y defendía los intereses del Estado español en dos contenciosos: la subvención a los colegios religiosos y la exención de impuestos al inmenso tesoro de la Iglesia[108], que en ese momento se negociaba en Madrid a espaldas de la Embajada ante la Santa Sede. Puente Ojea, siempre hizo declaraciones en las que manifestó desconocer estos aspectos económicos en las relaciones Estado-Iglesia, pero una vez más la discreción del profesional de la diplomacia obligaba. El hecho es que el 3 de septiembre de 1987 –con Puente Ojea ya cesado– aparecía en la prensa la noticia de que el Gobierno eximía a la Iglesia del pago del I.V.A. en la construcción de edificios destinados al culto, siendo potestad del obispo determinar si la obra emprendida lo es para fines de culto o no.
Por consiguiente, esta razón latente, presenta en su contenido un evidente cariz político[109] –más exactamente antilaicista[110]– y en su forma se sitúa en la estela felipista refractaria del antifranquismo. El cese de Gonzalo Puente Ojea en su Embajada ante la Santa Sede se debió a razones latentes políticas (antilaicistas) –respecto al fondo–, y a razones latentes acumuladas (contrarias al antifranquismo) –respecto a la forma. Ambas razones pueden situarse dentro de la deriva consecuente y coherente con el modo como se había construido la reforma política llamada «transición a la democracia», transición con la que Puente Ojea fue crítico desde el momento mismo en el que se estaba gestando y a la que el psoe de Felipe González contribuyó de forma decisiva.
A modo de conclusión
En este recorrido por la trayectoria vital del diplomático profesional e intelectual comprometido, Gonzalo Puente Ojea, hemos dibujado una semblanza que nos ha permitido conocer algunos aspectos de su vida y su carácter que, si bien pueden ser anecdóticos desde el punto de vista personal, nos han permitido recorrer buena parte del entramado diplomático y político de la segunda mitad del siglo XX y comprobar uno de los trazos menos conocidos de la lucha antifranquista y prodemocrática española, la de los miembros del cuerpo diplomático.
El resultado nos ha mostrado un Puente Ojea que supo desarrollar sus labores diplomáticas en régimen de convivencia con el totalitarismo sin perder su dignidad democrática y contribuyendo siempre al beneficio del desarrollo cultural y humano de la soberanía española, a cambio, eso sí, de perder mejores destinos de los que alcanzó a tener.
Sin embargo, la «llegada de la democracia» no supuso un cambio sustantivo en beneficio de la lucha por la libertad de conciencia, el laicismo y la justicia social. De este hecho siempre tuvo una conciencia clara. Así lo manifiesta él mismo en una carta personal que dirige a su amigo y contertulio radiofónico, el juez Joaquín Navarro, algunos años más tarde:
Desde la muerte del Dictador, siempre creí que la elaboración y sanción de una nueva Constitución genuinamente democrática, que sólo sería posible si previamente se celebrase un indispensable referéndum del pueblo español –bajo un gobierno provisional– sobre la opción Monarquía o República, hecho que habría de iniciar inequívocamente el proceso de ruptura institucional frente al sistema político y legislativo franquista. Tal referendo y consiguiente ruptura, iniciaría sin duda una movilización política en la que todo el pueblo se sentiría protagonista de la Transición. Ninguna amenaza militar –al cabo de 40 años de desprestigio y parasitismo– tenía ninguna oportunidad efectiva. Esa consulta plebiscitaria que representaba un sine qua non innegociable para una Oposición responsable, no tuvo lugar a causa de la defección de los partidos antifranquistas. Ahora tenemos lo que permitieron esos partidos (incluidos el psoe, el psp, el pce, y toda la banda del «contubernio de Munich»): a saber, una Constitución antidemocrática redactada, bajo la férula del Rey y demás comparsas, con el consentimiento y participación de los jefes de los mencionados partidos. En esas circunstancias, esperar otro resultado sería indudablemente ingenuo[111].
Infatigable en su larga investigación sostenida en el tiempo sobre el valor de la verdad y su relación con el poder, la vida de Puente Ojea nos enseña con qué tipo de dificultades bregó en su lucha antifranquista y qué obstáculos tuvo en su defensa del laicismo una vez recuperado el modelo formal democrático. Comparados ambos periodos, del segundo obtuvo mucho peor trato por parte de las instancias ejecutivas del Estado que durante el régimen franquista. Y por supuesto que «contra Franco no se vivía mejor», como señaló hace mucho Manuel Vázquez Montalbán en referencia a cierta izquierda conservadora, pero sí es cierto que los códigos de la depuración y la represión eran claros durante la Dictadura y, en cambio, respondían a una suerte de pragmatismo circunstancial e hipócrita digno del peor maquiavelismo al servicio de las mismas oligarquías de siempre, durante la «democracia del consenso».
Puente Ojea, como español que vivió con –y se opuso al– nacionalcatolicismo, conoce de cerca y a fondo el entramado doctrinal, jurídico, institucional, económico, moral, educativo y personal, tanto de la Iglesia de Roma y de su sección española, como de las oligarquías políticas patrias anteriores y posteriores a la muerte del Dictador. Por ello, supo llegar al fondo del origen histórico y teológico del cristianismo, revisó críticamente su sentido y desbrozó el camino ante los intentos reiterados de tergiversaciones neotestamentarias y manipulaciones lingüísticas dirigidas al olvido y a la criminalización de todo esfuerzo por garantizar unas bases epistemológicas, éticas y jurídicas que permitan desarrollar una visión irreligiosa de la realidad y una convivencia democrática y laica. Todo ello lo acometió de forma constante e infatigable una vez que quedó liberado de su labor diplomática, cuyo servicio contribuyó a la dignidad del Estado español y a la conciencia democrática de nuestra historia reciente.
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[1] Vid. Calvino, 2011.
[2] Al igual que Puente Ojea, Calvino también nació en Cuba, exactamente en Santiago de las Vegas, provincia de La Habana, aunque un año antes, en 1923.
[3] De hecho, un compañero de la carrera diplomática, Vicente Girbau León, fue detenido en 1956 por sus actividades de oposición al régimen, juzgado y condenado. En 1957 fue separado de la carrera diplomática y en 1959 expulsado de ella. Algo similar le ocurrió a Julio Cerón Ayuso y otro más, el futuro ministro de Exteriores, Fernando Morán López, será destinado a Sudáfrica. Vid. López Muñoz, 2023a, p. 51 y p. 165.
[4] Cf. López Muñoz, 2012, pp. IV-VI.
[5] Cf. López Muñoz, 2019, pp. 201-203.
[6] Puente Ojea, 2002, p. 576.
[7] Puente Ojea, 2002, pp. 586-587.
[8] Cit. López Muñoz, 2023a, p. 180. Vid. Villanueva Echeverría, 2011 y 2017.
[9] Villanueva Echeverría, 2017.
[10] Entre los que se encontraban Federico Silva Muñoz, José María García Escudero, Miguel Sánchez-Mazas Ferlosio, José Vidal Beneyto, José Luis Ruiz-Navarro Pinar, Fernando Álvarez de Miranda y Torres, Electo José García Tejedor, Abelardo Algora Marco, Ricardo Cortés, Manuel María Sassot Cañadas, Rafael Márquez Cano, Juan Durán-Lóriga Rodrigáñez, José Manuel Núñez Lagos, Leopoldo Calvo Sotelo, José María Ruíz Gallardón o Alfonso Osorio García. Vid. López Muñoz, 2019, pp. 65-67.
[11] (1911-2010). En ese momento, sacerdote jesuita afecto al Régimen de Franco. Futuro teórico del postconcilio, expulsado de la Universidad Gregoriana de Roma, donde ejercía de profesor, tras la publicación de su obra Yo creo en la esperanza (1972), de inspiración marxista y exclaustrado de la Compañía de Jesús. Primer presidente de la Asociación Teólogos Juan XXIII. Vid. López Muñoz, 2023a, p. 36, nota 12.
[12] Silva Muñoz, F., 1993, p. 42.
[13] Solo mucho después, el jesuita José María de Llanos Pastor (1906-1992) llegaría a ser el párroco del Pozo del Tío Raimundo y miembro de honor del comité central del Partido Comunista de España.
[14] Consciente del nuevo escenario, el régimen de Franco cambió a su gobierno en julio de 1945, eliminando a todos sus miembros más próximos al Eje Roma-Berlín, a ojos del exterior.
[15] En esta conferencia, celebrada a raíz del Congreso de La Haya reunido entre el 7 y el 11 de mayo de 1948, se crea el Consejo de Europa, con sede en Estrasburgo, y se comienza a redactar el Convenio europeo sobre derechos humanos. Firmado en Roma en 1950, entrará en vigor en septiembre de 1953.
[16] Boletín de la ACN de P, núm. 442, de 1 de octubre de 1949, pp. 7-8.
[17] (1866-1944). Escritor pacifista francés, premio Nobel de Literatura en 1915.
[18] Hermann Alexander Graf Keyserling (1880-1946) Filósofo y ensayista defensor de los principios democráticos internacionales.
[19] Esta referencia a Ortega, así como las dos anteriores o las dos siguientes, no deja de ser una muestra sucinta de la voluntad de establecer lazos con la tradición liberal anterior a la Guerra Civil Española; además de una muestra solidaria ante el ostracismo al que es sometido Ortega en España sobre todo tras su regreso del exilio. Por tanto, de este modo tan liviano como explícito, queda clara la posición del diplomático en ciernes Gonzalo Puente Ojea, frente a la condena oficial al pensamiento de Ortega y a las polémicas difamatorias que, antes y después de su muerte, encuentra expresando de este modo un inconformismo ético y literario que no supone sino la antesala temporal del inconformismo teórico, ideológico y político.
[20] Cf. López Muñoz, 2019, pp. 72-74.
[21] Puente Ojea, 2003, pp. 21-28.
[22] Puente Ojea, 2003, pp. 29-49.
[23] Cf. López Muñoz, 2019, pp. 95-96.
[24] Puente Ojea, 1995, pp. 400-401.
[25] Puente Ojea, 2003, pp. 51-169.
[26] Puente Ojea, 1995, pp. 405-406.
[27] Cf. López Muñoz, 2023a, p. 163.
[28] Tuvo este cargo desde 1957 a 1961. No debe confundirse con, Marqués de Vellisca, también diplomático y Embajador de España en La Habana (Cuba), desde 1952 hasta 1960.
[29] «Ministro» era el trato que recibía su rango diplomático.
[30] Arturo Frondizi (1908-1995), presidente de Argentina desde el 1 de mayo de 1958 al 29 de marzo de 1962. Para desarrollar la labor diplomática de Gonzalo Puente Ojea en Mendoza, vid. López Muñoz, 2023b.
[31] Ocupó el cargo de director general desde 1957 hasta 1962. Miembro de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, será el futuro fundador de Fuerza Nueva (1976-1982), partido político de extrema derecha opuesto al cambio después de la muerte de Franco hacia una democracia parlamentaria.
[32] Vid. Puente Ojea, 2003, pp. 171-213.
[33] Para un análisis detallado de la misma, vid. López Muñoz, 2018a.
[34] Puente Ojea, 2003, pp. 207-209.
[35] Puente Ojea, 2003, p. 208.
[36] Cf. López Muñoz, 2023a, p. 166.
[37] Puente Ojea, 2003, id.
[38] Puente Ojea, 1957. La revista, Boletín Informativo del Seminario de Derecho Político, estaba dirigida por Enrique Tierno Galván, en cuyo entorno se encontraba Puente Ojea, junto con sus amigos José Luis Fernández Castillejo, Fernando Morán y Vicente Girbau.
[39] Puente Ojea, 1957, p. 237.
[40] Puente Ojea, 1957, id.
[41] Puente Ojea, 1957, id.
[42] Puente Ojea, 1957, p. 240.
[43] Puente Ojea, 1958. A pesar de su filiación estadounidense ‒o precisamente por considerarla una cobertura ideal tras los acuerdos con España de 1953‒, esta publicación fue considerada idónea para Puente Ojea, tanto por editar fuera del país en español, como por aceptar la condición del anonimato. Para un análisis detenido vid. López Muñoz, 2011b y 2023a, pp. 155-161.
[44] Cf. López Muñoz, 2023a, p. 160.
[45] Puente Ojea, 1958, p. 15.
[46] Puente Ojea, 1958, p. 16
[47] Puente Ojea, 2002, pp. 565-587. Publicada originalmente en Revista de Política Internacional, Madrid, 84, 1966, pp. 7-25. Vid. López Muñoz, 2019, pp. 201-203.
[48] Cf. López Muñoz, 2023a, p. 163.
[49] Juan Ignacio Luca de Tena, embajador de España en Atenas en ese momento.
[50] Gonzalo Fernández de la Mora y Mon (1924-2002). Desde el punto de vista político será ministro de Obras Públicas desde 1970 hasta 1974, año en el que funda la Unión Nacional Española, integrada en 1976 en Alianza Popular. Fue contrario siempre tanto a la ruptura con el franquismo como al apoyo a la Constitución de 1978. Para un análisis filosófico y político de su pensamiento, vid. Goñi Apesteguía, 2013.
[51] Puente Ojea, 1995, p. 407.
[52] La afirmación «con el príncipe Juan Carlos» se debe a un lapsus, pues aún faltaban siete años para ser nombrado Príncipe de España.
[53] Puente Ojea, 1995, pp. 359-360.
[54] Para conocer el periplo editorial de la publicación de esta obra, vid., López Muñoz, 2019, 226-227.
[55] Cf. López Muñoz, 2023a, p. 66. Para una valoración sobre su dilatada reflexión sobre el cristianismo en general y sobre La formación del cristianismo como fenómeno ideológico, en particular, vid., González Salinero, 2011; López Muñoz, 2023a, pp. 69-71; Piñero Sáenz, 2020.
[56] Puente Ojea, 1995, pp. 416-417.
[57] Para un análisis de la exégesis heurística neotestamentaria de Puente Ojea, vid. López Muñoz, 2023a, pp. 286-298.
[58] Para un análisis sobre el lugar de Francia en el pensamiento y en la labor diplomática de Puente Ojea, vid. López Muñoz, 2020, esp. pp. 228-233.
[59] Puente Ojea, 1983. Para un análisis de la edición, vid. López Muñoz, 2020, p. 234.
[60] «Homenaje en la Sorbona a Gonzalo Puente Ojea», El País, sábado 24 de mayo de 1980. Puede leerse en línea, disponible a través de: https://elpais.com/diario/1980/05/24/cultura/327967209_850215.html [Consultado el 4 de julio de 2024].
[61] Puente Ojea, 2003, pp. 245-266. Para un análisis de este texto, vid. López Muñoz, 2018b.
[62] Puente Ojea, 1995, pp. 330-392.
[63] Vid. López Muñoz, 2018c.
[64] Puente Ojea, 2003, p. 248.
[65] Puente Ojea, 2003, pp. 260-261.
[66] Puente Ojea, 2003, p. 262.
[67] Puente Ojea, 2003, p. 263.
[68] Puente Ojea, 2003, p. 264.
[69] Puente Ojea, 2003, pp. 265-266.
[70] López Muñoz, 2018c, p. 201.
[71] García Trevijano, 1996.
[72] Garcés, 1996.
[73] Navarro Estevan, 2003.
[74] Pérez Martínez, 2018.
[75] Vid. Puente Ojea, 2011, esp. pp. 265-301.
[76] (1944). En la primera edición de El desafío ateo de Puente Ojea se le nombra por error como Ricardo Zalacaín Jorge. Ricardo Peidró Conde llegará a ser Cónsul General de Boston y San Petersburgo y embajador de España en Libia, El Salvador, Uruguay y Brasil. Vid. López Muñoz, 2023a, pp. 189 y 190.
[77] López Muñoz, 2023a, pp. 190-192.
[78] López Muñoz, 2023a, pp. 190-191.
[79] Servil.
[80] Nombre en la clandestinidad de Felipe González.
[81] Literalmente «espíritus de los muertos».
[82] López Muñoz, 2023a, p. 191.
[83] Cf. López Muñoz, 2023a, p. 193.
[84] Puente Ojea, 1983b. Vid. López Muñoz, 2023a, pp.194-196.
[85] López Muñoz, 2023a, pp. 198-199.
[86] López Muñoz, 2023a, p. 198.
[87] López Muñoz, 2023a, id.
[88] Guerra, 2013, p. 24.
[89] Cf. López Muñoz, 2023a, p. 199, n. 308.
[90] Para un análisis detallado de su embajada ante la Santa Sede vid. Puente Ojea, 2002 y López Muñoz, 2023a, pp. 202-213.
[91] Vid. Puente Ojea, 2002, pp. 32-39, 41-44, 48-50 y 55-59.
[92] Puente Ojea, 2002, p. 89. Real Decreto 1804/1985, de 2 de octubre, por el que se designa Embajador de España cerca de la Santa Sede a don Gonzalo Puente Ojea. BOE nº 240, p. 20628.
[93] Cf. Delgado Ruiz, 2018, pp. 189-190.
[94] Pistolesi Manzoni, 1987. Para su transcripción completa, vid. Puente Ojea, 2002, pp. 517-520.
[95] Puente Ojea, 1995, p. 427.
[96] Vid. Puente Ojea, 1987 (2002, pp. 552-558) y 2002, pp. 560-562.
[97] Para un análisis del significado de este punto de inflexión y de su repercusión posterior, vid. López Muñoz, 2014, pp. 165-177 y 2023a, pp. 208-213.
[98] Ley 30/1981, de 7 de julio, por la que se modifica la regulación del matrimonio en el Código Civil y se determina el procedimiento a seguir en las causas de nulidad, separación y divorcio, BOE nº 172, pp. 16457-16462.
[99] Cf. López Muñoz, 2023a, pp. 211-212.
[100] Cf. Puente Ojea, 2002, pp. 553-554.
[101] Cf. Puente Ojea, 2007, pp. 359-360 y 2011, pp. 158-159. Vid. Navarra Ordoño, 2013, pp. 97-107 y López Muñoz, 2014, pp. 66-70.
[102] Puente Ojea, 2002, p. 9.
[103] Puente Ojea apunta a ellas en reiteradas ocasiones en Mi embajada… (2002, p. 463, pp. 486-492, pp. 536-538, pp. 552-558 y pp. 560-562), así como lo hacen también diversos analistas (Puente Ojea, 2002, p. 465, pp. 496-501, pp. 533-534 o pp. 544-546), pero su discreción diplomática le inhibe de manifestarlas en toda su dimensión en ese momento. Sólo en diversas entrevistas posteriores las pone de manifiesto de modo claro.
[104] Puente Ojea, 2006. Vid. también Puente Ojea, 2013.
[105] Vid. López Muñoz, 2019, pp. 344-347.
[106] Vid. Puente Ojea, 2002, pp. 450-452 y pp. 454-455, donde se explica la reunión de Felipe González y Alfonso Guerra con Monseñor Ángel Suquía Goicoechea.
[107] Vid. Puente Ojea, p. 481, donde Josep María Piñol habla del «principio de laicidad del Estado»; también del mismo autor, vid. Puente Ojea, 2002, pp. 463-467. Sobre el laicismo de Puente Ojea habla Jaime Restón desde las páginas de El Independiente (Puente Ojea, 2002, p. 447).
[108] Cf. Puente Ojea, 2002, p. 449.
[109] El propio protagonista lo señaló siempre que tuvo ocasión: «Mi cese se hace por razones políticas ante la presión de ciertos sectores de la Iglesia española y otras instancias que debe conocer el Gobierno mejor que yo. Después de esta destitución realizada de forma hipócrita y grosera corresponde al Gobierno español probar su capacidad para defender de verdad los intereses de la nación. En el asunto de mi cese ha demostrado lo contrario […] Mi cese como embajador ante la Santa Sede no es un caso personal, una anécdota que sólo afecta al interesado. Si fuese así, no haría estas manifestaciones, ni los periódicos tendrían el menor interés en ellas. Mi cese constituye un acontecimiento de la vida política española que se eleva a categoría por su hondo significado y consecuencias en las relaciones Iglesia-Estado en nuestro país», (Puente Ojea, 2002, pp. 487-489).
[110] Un «antilaicismo» que, en el caso del gobierno de Felipe González, le hizo situar los cuatro Acuerdos de 1979 en un nivel supraconstitucional, acomodado en una lectura confesional del término utilizado por el Tribunal Constitucional en 1981 «Estado aconfesional», antes de hablar de «laicidad positiva», como hace el mismo Tribunal a partir de 2001.
[111] López Muñoz, 2019, p. 354.
[1] Maestro Petrochiodo, albardero y carpintero, recibió el encargo de construir la horca: era un trabajador serio y de talento, que se dedicaba con empeño a cada una de sus tareas. Con gran dolor, porque dos de los condenados eran parientes suyos, construyó una horca ramificada como un árbol, cuyas cuerdas subían todas juntas maniobradas por una sola árgana; era una máquina tan grande e ingeniosa que se podía ahorcar de una sola vez incluso a más personas de las condenadas, hasta el punto de que el vizconde aprovechó para colgar diez gatos alternados cada dos reos. Los cadáveres tiesos y las carroñas de gato bambolearon durante tres días, y al principio a todos se nos apretaba el corazón al mirarlos. Pero pronto advertimos la impresionante visión que ofrecían, y también nuestro juicio de desmembrada en dispares sentimientos, de modo que nos disgustó incluso decidirnos a soltarlos y a deshacer la gran máquina. [traducción propia].
[2] Aguilera Mochón, 2018; González Salinero, 2017; López Muñoz, 2011a, 2014, pp. 16-23, 2017a, 2017b, 2018, pp. 59-95 y 2023a, pp. 24-27; Navarra Ordoño, 2018; Piñero Sáenz, 2011, 2017 y 2018; Villanueva Echeverría, 2011.
[3] Para conocer la bibliografía completa de Puente Ojea, vid. López Muñoz, 2023a, pp. 501-518.
[4] López Muñoz, 2023a, pp. 202-213.
[5] Salvando las distancias, recientemente a propósito de la convocatoria de elecciones legislativas en Francia, en 2024, las declaraciones de varios conocidos jugadores de fútbol sobre su orientación del voto contra el fascismo, ha supuesto la respuesta de otros colegas de profesión que consideran que un jugador no debe opinar de política, como si la condición de ciudadano de estos últimos se encontrase en una realidad paralela a su condición de deportistas, anteponiendo así su miedo ante las represalias por la defensa pública de los principios elementales de la democracia.